Breve ensayo sobre la ceguera ante el coronavirus.
Por: María José Grisales González
Para quien frecuenta los libros y ha leído un par de obras variadas de la literatura, la pandemia actual no es un tema nuevo. De hecho, ya hasta lo ha vivido en un par de ocasiones; se ha encerrado en cuarentena y conoce los límites del comportamiento humano. Podemos poner como ejemplo “Ensayo sobre la ceguera” de José Saramago, que tiene más en común con nuestro presente de lo que creemos, y “La peste” de Albert Camus.
No es un secreto que la literatura ha escondido desde tiempos remotos muchas claves para entender nuestra sociedad. Incluso la historia, si se sabe escudriñar con cuidado y separando la ficción de la realidad, se deja entrever y recordar. Pero lo que realmente hace estremecer los sentidos es la aparente predicción del futuro, las profecías, que solo reconocemos al verlas claramente ante nuestros ojos sucediendo en la realidad, como si un esmerado director hubiera hecho su adaptación para una película. Me atrevería a concluir que solo un escritor completamente consciente de su humanidad y contexto, desde sus aspectos más putrefactos hasta los más sobresalientes, logra realizar una representación tan exacta que llega a reflejarse en el futuro.
Este pensamiento comenzó a rondar ingenuamente por mi cabeza después de encontrar en la obra de Saramago muchos elementos y conductas a los que resulta imposible hacer la vista gorda hoy en día. ¿No es acaso cierto, que cuando el Covid-19 era apenas un rumor, una noticia la cual desconocíamos casi por completo, pensábamos: “Menos mal eso es por allá en China y aquí no pasa nada”? Nos envolvimos en la cobija de la indiferencia que nos protege de que una verdad inminente traspase nuestra frialdad. Pero, ¿no sucedió igual en el mundo ficticio de Saramago, cuando el <<paciente cero>> se vio embestido por la ceguera blanca encerrado en su auto? ¿No pitaron y pitaron los carros que estaban detrás en el semáforo hasta que un arranque de extraña benevolencia los impulso a averiguar qué le sucedía? Sería una imprudencia olvidar que incluso un hombre sano tuvo la osadía de robarle el auto a un ciego.
Y así como se extiende la ceguera blanca se extiende el coronavirus. Fulminantemente. No da mucho tiempo de desinfectarse. Si las personas del mundo ficticio de Saramago hubieran podido lavarse los ojos para evitar el contagio tras ver a una persona alcanzada por la epidemia, seguramente tampoco lo habrían hecho. Ellos también desdeñaban del contagiado y se sentían superiores en su defectuoso existir. Hoy en día cualquiera sostendría con orgullo y falsa convicción que el comportamiento y medidas adoptados, respecto a los infectados, por aquel gobierno ficticio son de inhumana índole; mientras tanto en su interior concibe cuál sería la forma más discreta y económica de aislarlos a todos a su suerte y sálvese quien pueda. Y ni hablar de los supermercados. En los supermercados ficticios también surgió la escasez por “robar” demasiado. La mujer del médico, entre lamentos y una situación deplorable, logró reconocer que “lo que comemos es robado de la boca de otros” (Saramago, 1995, p. 233); siento que algunos deberían leer esa premisa y replantearse sus listas de mercado.
Tal como el lenguaje y el uso que le damos es completamente connatural a nosotros, y el hecho de estar ciego no impide que le reprochemos a nuestro vecino el haberse tropezado por no haber visto la roca que se le atravesó, también lo es acostumbrarnos a nuestra rutina, criticarla, hastiarnos de ella y hacer todo lo posible por modificarla, para luego extrañar la genuina cotidianidad en la que discurren nuestros días.
Ahora China se ha curado primera, como los primeros contagiados fueron los primeros en recuperar la vista después de la ceguera blanca, y queda la esperanza de que también esa predicción sea acertada. De que después de esta ceguera tengamos ojos nuevos para ver lo que implica en nuestra sociedad tal acontecimiento y cómo debemos abordarlo, entendiendo las señales implícitas y el cambio a generar.
17/03/2020
Para quien frecuenta los libros y ha leído un par de obras variadas de la literatura, la pandemia actual no es un tema nuevo. De hecho, ya hasta lo ha vivido en un par de ocasiones; se ha encerrado en cuarentena y conoce los límites del comportamiento humano. Podemos poner como ejemplo “Ensayo sobre la ceguera” de José Saramago, que tiene más en común con nuestro presente de lo que creemos, y “La peste” de Albert Camus.
No es un secreto que la literatura ha escondido desde tiempos remotos muchas claves para entender nuestra sociedad. Incluso la historia, si se sabe escudriñar con cuidado y separando la ficción de la realidad, se deja entrever y recordar. Pero lo que realmente hace estremecer los sentidos es la aparente predicción del futuro, las profecías, que solo reconocemos al verlas claramente ante nuestros ojos sucediendo en la realidad, como si un esmerado director hubiera hecho su adaptación para una película. Me atrevería a concluir que solo un escritor completamente consciente de su humanidad y contexto, desde sus aspectos más putrefactos hasta los más sobresalientes, logra realizar una representación tan exacta que llega a reflejarse en el futuro.
Este pensamiento comenzó a rondar ingenuamente por mi cabeza después de encontrar en la obra de Saramago muchos elementos y conductas a los que resulta imposible hacer la vista gorda hoy en día. ¿No es acaso cierto, que cuando el Covid-19 era apenas un rumor, una noticia la cual desconocíamos casi por completo, pensábamos: “Menos mal eso es por allá en China y aquí no pasa nada”? Nos envolvimos en la cobija de la indiferencia que nos protege de que una verdad inminente traspase nuestra frialdad. Pero, ¿no sucedió igual en el mundo ficticio de Saramago, cuando el <<paciente cero>> se vio embestido por la ceguera blanca encerrado en su auto? ¿No pitaron y pitaron los carros que estaban detrás en el semáforo hasta que un arranque de extraña benevolencia los impulso a averiguar qué le sucedía? Sería una imprudencia olvidar que incluso un hombre sano tuvo la osadía de robarle el auto a un ciego.
Y así como se extiende la ceguera blanca se extiende el coronavirus. Fulminantemente. No da mucho tiempo de desinfectarse. Si las personas del mundo ficticio de Saramago hubieran podido lavarse los ojos para evitar el contagio tras ver a una persona alcanzada por la epidemia, seguramente tampoco lo habrían hecho. Ellos también desdeñaban del contagiado y se sentían superiores en su defectuoso existir. Hoy en día cualquiera sostendría con orgullo y falsa convicción que el comportamiento y medidas adoptados, respecto a los infectados, por aquel gobierno ficticio son de inhumana índole; mientras tanto en su interior concibe cuál sería la forma más discreta y económica de aislarlos a todos a su suerte y sálvese quien pueda. Y ni hablar de los supermercados. En los supermercados ficticios también surgió la escasez por “robar” demasiado. La mujer del médico, entre lamentos y una situación deplorable, logró reconocer que “lo que comemos es robado de la boca de otros” (Saramago, 1995, p. 233); siento que algunos deberían leer esa premisa y replantearse sus listas de mercado.
Tal como el lenguaje y el uso que le damos es completamente connatural a nosotros, y el hecho de estar ciego no impide que le reprochemos a nuestro vecino el haberse tropezado por no haber visto la roca que se le atravesó, también lo es acostumbrarnos a nuestra rutina, criticarla, hastiarnos de ella y hacer todo lo posible por modificarla, para luego extrañar la genuina cotidianidad en la que discurren nuestros días.
Ahora China se ha curado primera, como los primeros contagiados fueron los primeros en recuperar la vista después de la ceguera blanca, y queda la esperanza de que también esa predicción sea acertada. De que después de esta ceguera tengamos ojos nuevos para ver lo que implica en nuestra sociedad tal acontecimiento y cómo debemos abordarlo, entendiendo las señales implícitas y el cambio a generar.
17/03/2020