LA FRONTERA
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Confesiones de una feminista mediocre

Por: Valentina Díaz

Hay algo que debo admitir: soy una pésima feminista. Simone de Beauvoir y Charlotte McKinnon estarían revolcándose de verme así; llena de errores, ironías e hipocresías constantes. Cargo el título de feminista con orgullo, pero también la preocupación de no estar viviendo mi vida completamente acorde con él.

En teoría, creo que mi feminismo se podría considerar adecuado. Creo fielmente en la equidad de género, la remuneración equitativa por trabajo idéntico, el derecho a la sexualidad libre, los derechos reproductivos, la inclusión y protección de mujeres trans y minorías étnicas, la lucha contra el acoso y la agresión, la eliminación de la masculinidad tóxica, la protección de los derechos de las trabajadoras sexuales; en fin, creo en un feminismo interseccional que abarque todos estos temas y muchos más. Ah, pero la práctica es otra cosa.
 
Es en mi vida cotidiana donde encuentro una disonancia entre mis creencias y mis acciones. Llamémoslo machismo internalizado o simplemente mediocridad: el resultado es el mismo. Confieso que canto “...ey daga adicta, suéltate” cada vez que suena en una discoteca, y más de una vez se me ha visto recitar el bellísimo poema que es “Eso en 4 No Se Ve”, “Cuatro Babys” y “Rebota” plenamente consciente de lo que dice y por lo que aboga. No me caigan a pedradas, por favor. Que le he dicho suelta, loca, sata a más de una, y que por más de que lo evito, a ratos permito que esta narrativa de mujeres enfrentadas entre sí me absorba (aprovecho la oportunidad para pedirles perdón desde el fondo de mi corazón, lo siento). 

Admito que me cubro cuando me siento “puta” (mujeres apropiadas de su sexualidad, las admiro más que a nadie.) Veo Fashion Week religiosamente y, conscientemente, apoyo una industria que históricamente se ha lucrado de provocar inseguridades en las mujeres. Amo las faldas y los vestidos, siempre tengo algo rosado puesto y verme bonita tiende a ser una de mis prioridades. Quisiera decir que siempre es para mí, pero pues no. En fin, no me siento este modelo de feminista militante, coherente entre su discurso y sus acciones, que viven por y para ellas, y a las que admiro tanto. 

Quiero ser esto, lo deseo con todas mis fuerzas, pero no lo soy. Pero, corríjanme si me equivoco, no creo que nadie lo sea. Siento que existe una concepción de los activistas como personas perfectas y que cualquier error que cometan invalida su discurso y borra todos sus acciones en pro del movimiento. Oigan, cójanla suave. Son personas increíbles, pero siguen siendo eso: personas. Creo que algún filósofo por ahí, cuyo nombre jamás me aprendí, ha dicho que errar es humano. O era algo en latín? No sé, tal vez me lo dijo la consejera en once. En fin, tal vez soy una feminista mediocre, pero sigo fielmente comprometida en la lucha contra todos los aspectos que abarca el movimiento. Y me rehúso a creer que tengo que ser perfecta para hacerlo. Estoy llena de contradicciones, cometo errores, sigo construyendo la mujer que quiero ser y la vida que quiero vivir. Aceptar esto es permitirme seguir creciendo, embarrándola y “des-embarrándola”. Prefiero ser una feminista mediocre a no serlo en absoluto. ​
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