El encierro
Por: Violeta Brock.
No hay nada que hacer, el tema del coronavirus ha inundado todos los aspectos de nuestras vidas. Está en todas nuestras conversaciones, en todos los chats de Whatsapp que tenemos con nuestras familias y en todos los canales de noticias. Les juro que mi intención no era inundar también este espacio. Quise escribir sobre cualquier otra cosa para darnos un descanso de todo esto, para que dejáramos de pensar sobre el tema aunque fuera por solo unos minutos. Lo intenté, créanme, pero no pude. El tema del coronavirus no sólo inundó el mundo (igual a como el virus en sí está haciendo), también logró inundar mi cabeza.
Estos días han sido difíciles. Me han dado más duro de lo que pensé, no puedo parar de pensar en los efectos del virus en el planeta y en nuestra muy linda Colombia. El número de infectados está subiendo exponencialmente cada día y esto, para mi, resulta realmente preocupante. No porque le tenga miedo a contagiarme, porque los chances de que me muera son muy pocos (y si me muero al final de cuentas no pasa nada) y al no estar en contacto con nadie no hay chance de volverme portadora. Tampoco es porque esta situación vaya a cambiar por completo nuestras vidas y la forma en la que nos relacionamos, sino porque va a pasar todo lo contrario.
Me preocupa que la gente que se contagie y potencialmente pierda su vida sea la más vulnerable. Los que viven en las calles, los que trabajan del día a día, los niños con bajas defensas porque no tienen qué comer, los inmigrantes, todas las personas que no han tenido los mismo privilegios que nosotros, los que estamos ahorita en nuestras casas, quejándonos porque no podemos ir a la universidad a ver a nuestros amigos o a rumbear un viernes a la 85. Me preocupa que muera la gente buena, la gente consciente, que mueran los pocos que entienden la fragilidad del ser humano y la injusticia de las organizaciones sociales de hoy en día.
En estos días hemos visto cómo el encierro ha permitido al mundo respirar, vimos las fotos satelitales de la reducción de emisiones de carbono en China durante sus días de cuarentena, las de los canales de Venecia transparentes con peces y cisnes, y la de los jabalíes caminando por Barcelona. El mundo está pudiendo descansar, y para muchos ha sido revelación de lo poco sostenible que es nuestra cotidianidad. Muchos creen que este encierro va a hacer que el mundo cambie y replantee la forma en la que se lleva la vida en sociedad. Para algunos es un tema apocalíptico, para otros es un renacer, pero para mi, tristemente no es ninguno. De pronto tengo una idea muy pesimista al respecto, y me entristece, porque quiero creer que el ser humano es naturalmente bueno, compasivo y empático, capaz de consciencia y de mucho bien; pero simplemente no soy capaz de visualizar un cambio realmente drástico a nuestras vidas.
Para mi, este encierro se alargará lo que tenga que alargarse, será catastrófico, mortal para muchas personas, será triste y moldeará nuestra generación; pero, una vez se acabe, todo va a volver a la normalidad. Se acaba el encierro y aunque es cierto que habrá un periodo de tiempo en el que la gente será más precavida, y por miedo se alejaran de las grandes aglomeraciones de personas o los lugares muy visitados, eventualmente se vuelve a la normalidad. Volveremos a ir a los estadios, a conciertos, a festivales y a centros comerciales. Las grandes empresas volverán a producir en masa, a preferir bajos costos sobre sostenibilidad y producción consciente, volverán a pagar menos de lo debido, y a todas las cosas que hacen más daño al mundo que cualquier otra cosa imaginable. Nosotros volveremos a consumir, de pronto vamos a entender lo poco necesarias que son las cosas materiales, pero igual soñaremos con el último iPhone y la chaqueta de zara, y al final del día caeremos, una vez más, en la trampa de la sociedad de consumo.
Este encierro no está cambiando el mundo para siempre, no es el apocalipsis, pero tampoco es un renacer. Nosotros nos estamos dando cuenta de todo, estamos reflexionando, de pronto cambiando, seguramente creciendo intelectual y emocionalmente, pero las personas realmente poderosas, que manejan y controlan la vida en sociedad, no dudarán ni un segundo antes de devolver todo a la normalidad, como si todo esto nunca hubiera pasado.
Mi invitación de hoy es a intentar ser mejores cada día, a seguir reflexionando incluso si las cosas no cambian, a seguir viendo lo frágil que es el ser humano y lo importante que es dejar a la tierra respirar. Los invito a que sigan dándose cuenta de lo poco importantes que son muchas de las cosas en su día a día, y que, cuando se acabe esto, valoren el contacto que tienen con sus amigos y familia en la cotidianidad. Los invito a trabajar por ser mejores cada día, a estudiar cosas que los apasionen y a aprender cada vez más sobre temas que para ustedes sean importantes, a que se esfuercen cada día para que cuando nos toque a nosotros, y podamos cambiar las estructuras sociales, podamos hacerlo bien. A que se den cuenta de lo perjudicial que es la inequitativa distribución de la riqueza, la estratificación social, y todas las demás injusticias que existen hoy, porque llegará un momento en el que nosotros podremos hacer algo al respecto, y no podemos dejar que nuestra comodidad y privilegio nos haga olvidarnos de ellas.
No hay nada que hacer, el tema del coronavirus ha inundado todos los aspectos de nuestras vidas. Está en todas nuestras conversaciones, en todos los chats de Whatsapp que tenemos con nuestras familias y en todos los canales de noticias. Les juro que mi intención no era inundar también este espacio. Quise escribir sobre cualquier otra cosa para darnos un descanso de todo esto, para que dejáramos de pensar sobre el tema aunque fuera por solo unos minutos. Lo intenté, créanme, pero no pude. El tema del coronavirus no sólo inundó el mundo (igual a como el virus en sí está haciendo), también logró inundar mi cabeza.
Estos días han sido difíciles. Me han dado más duro de lo que pensé, no puedo parar de pensar en los efectos del virus en el planeta y en nuestra muy linda Colombia. El número de infectados está subiendo exponencialmente cada día y esto, para mi, resulta realmente preocupante. No porque le tenga miedo a contagiarme, porque los chances de que me muera son muy pocos (y si me muero al final de cuentas no pasa nada) y al no estar en contacto con nadie no hay chance de volverme portadora. Tampoco es porque esta situación vaya a cambiar por completo nuestras vidas y la forma en la que nos relacionamos, sino porque va a pasar todo lo contrario.
Me preocupa que la gente que se contagie y potencialmente pierda su vida sea la más vulnerable. Los que viven en las calles, los que trabajan del día a día, los niños con bajas defensas porque no tienen qué comer, los inmigrantes, todas las personas que no han tenido los mismo privilegios que nosotros, los que estamos ahorita en nuestras casas, quejándonos porque no podemos ir a la universidad a ver a nuestros amigos o a rumbear un viernes a la 85. Me preocupa que muera la gente buena, la gente consciente, que mueran los pocos que entienden la fragilidad del ser humano y la injusticia de las organizaciones sociales de hoy en día.
En estos días hemos visto cómo el encierro ha permitido al mundo respirar, vimos las fotos satelitales de la reducción de emisiones de carbono en China durante sus días de cuarentena, las de los canales de Venecia transparentes con peces y cisnes, y la de los jabalíes caminando por Barcelona. El mundo está pudiendo descansar, y para muchos ha sido revelación de lo poco sostenible que es nuestra cotidianidad. Muchos creen que este encierro va a hacer que el mundo cambie y replantee la forma en la que se lleva la vida en sociedad. Para algunos es un tema apocalíptico, para otros es un renacer, pero para mi, tristemente no es ninguno. De pronto tengo una idea muy pesimista al respecto, y me entristece, porque quiero creer que el ser humano es naturalmente bueno, compasivo y empático, capaz de consciencia y de mucho bien; pero simplemente no soy capaz de visualizar un cambio realmente drástico a nuestras vidas.
Para mi, este encierro se alargará lo que tenga que alargarse, será catastrófico, mortal para muchas personas, será triste y moldeará nuestra generación; pero, una vez se acabe, todo va a volver a la normalidad. Se acaba el encierro y aunque es cierto que habrá un periodo de tiempo en el que la gente será más precavida, y por miedo se alejaran de las grandes aglomeraciones de personas o los lugares muy visitados, eventualmente se vuelve a la normalidad. Volveremos a ir a los estadios, a conciertos, a festivales y a centros comerciales. Las grandes empresas volverán a producir en masa, a preferir bajos costos sobre sostenibilidad y producción consciente, volverán a pagar menos de lo debido, y a todas las cosas que hacen más daño al mundo que cualquier otra cosa imaginable. Nosotros volveremos a consumir, de pronto vamos a entender lo poco necesarias que son las cosas materiales, pero igual soñaremos con el último iPhone y la chaqueta de zara, y al final del día caeremos, una vez más, en la trampa de la sociedad de consumo.
Este encierro no está cambiando el mundo para siempre, no es el apocalipsis, pero tampoco es un renacer. Nosotros nos estamos dando cuenta de todo, estamos reflexionando, de pronto cambiando, seguramente creciendo intelectual y emocionalmente, pero las personas realmente poderosas, que manejan y controlan la vida en sociedad, no dudarán ni un segundo antes de devolver todo a la normalidad, como si todo esto nunca hubiera pasado.
Mi invitación de hoy es a intentar ser mejores cada día, a seguir reflexionando incluso si las cosas no cambian, a seguir viendo lo frágil que es el ser humano y lo importante que es dejar a la tierra respirar. Los invito a que sigan dándose cuenta de lo poco importantes que son muchas de las cosas en su día a día, y que, cuando se acabe esto, valoren el contacto que tienen con sus amigos y familia en la cotidianidad. Los invito a trabajar por ser mejores cada día, a estudiar cosas que los apasionen y a aprender cada vez más sobre temas que para ustedes sean importantes, a que se esfuercen cada día para que cuando nos toque a nosotros, y podamos cambiar las estructuras sociales, podamos hacerlo bien. A que se den cuenta de lo perjudicial que es la inequitativa distribución de la riqueza, la estratificación social, y todas las demás injusticias que existen hoy, porque llegará un momento en el que nosotros podremos hacer algo al respecto, y no podemos dejar que nuestra comodidad y privilegio nos haga olvidarnos de ellas.