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El miedo a las especulaciones: más peligroso que el virus

Por: Tomás Lizcano Márquez

En épocas de pandemia todos juegan a ser el abogado que se las sabe todas
No vengo a especular; es lo último que quiero hacer. No pretendo hacer predicciones sobre el futuro de la pandemia, pues estoy lejos de ser epidemiólogo. Sé de fútbol y, vagamente, de derecho. Cada mes, sin falta, escribo opiniones banales en este espacio porque me gusta escribir, no porque sepa más que lo demás. Como les decía, no tengo ni la más mínima idea de cómo tiende a comportarse un virus; pues hasta hace cuatro meses ni siquiera sabía que una epidemia tenía un “pico”. Ah, y tampoco distinguía entre pandemia y epidemia. Entiendo, a duras penas, que producir más billetes generaría inflación, y, por lo tanto, no es una solución económica viable; pero la verdad, me limito a entender y no a tratar de imbéciles a quienes lo proponen -porque lógica si tiene-. ¿Soy el único? Al parecer sí. En los últimos meses he visto cientos de abogados, médicos, arquitectos, taxistas, familiares, amigos y, sobre todo, influencers con delirios de epidemiólogos, economistas y gobernantes. ¡Todos al tiempo!


El lector, audaz, estará preguntándose ¿este tipo, en una columna de opinión, está criticando la opinión? La respuesta es no; me explico. 


Algunas cosas sé, no mucho, pero sé; y claro, opino, critico, tuiteo y me enfurezco. Y es que cómo hacerlo si todo lo que pensamos es un resultado de nuestro procesamiento lógico; es nuestra opinión, nuestro criterio. Por eso, yo hoy no les voy a pedir que no opinen y especulen, y tampoco les sugeriré cómo hacerlo. Más bien, lo que quiero resaltar es la responsabilidad y los alcances que tenemos al hacerlo. 


Iré directo al punto; empecemos. Luisa Fernanda W, “influencer” colombiana, tiene 13 millones de seguidores en su cuenta de Instagram; la, nuevamente, “influencer” Epa Colombia tiene 1 millón de seguidores en la misma red social. Ahora, sin ir lejos, probablemente quien lee este artículo tiene entre 500 y 2000 seguidores en su cuenta de Instagram -algo que he deducido, grosso modo, desde mi aventura en esta red social-. Para que entiendan la magnitud de lo que son tales cifras en cuanto a audiencia, miremos las recepciones en el pasado. La fiel audiencia de uno de los “influencers” más importantes de la historia, un tal Jesús de Nazareth, era la módica suma de 12 personas; el pueblo de Atenas, “followers” de Sócrates, en el Siglo V a.C tenía una población de 250,000 personas; el apoteósico Coliseo Romano tenía una capacidad de 50,000 personas, una audiencia 40,000 veces menor que los espectadores de la transmisión en vivo, la semana pasada, del rappero Tekashi 69; si, ese que tiene la cara tatuada y los dientes de colores. ¿Imaginan ustedes lo potencialmente felices que hubieran sido Karl Marx o Nicolás Maquiavelo sabiendo que solo presionando un par de botones llegarían a miles de personas?
​


Así pues, demostrada la responsabilidad y los alcances que conlleva el manejo de las redes sociales, me atreveré a sugerir lo siguiente: (i) por ser “influencer” nadie está obligado a opinar sobre las coyunturas, pues por ser famoso su opinión sigue valiendo lo mismo que la de un hombre “común”: nada (si usted es un influencer epidemiólogo, economista y maneja un cargo público, favor hacer caso omiso.) (ii) Seamos responsables con lo que compartimos y publicamos. A mí, personalmente, me han generado pánico las opiniones de influencers, familiares, conocidos y amigos cercanos y lejanos. Especulaciones de hasta cuándo va esta pandemia, predicciones sobre lo que va a pasar y afirmaciones nefastas de que todo va a cambiar, han hecho más difícil -de lo que ya es- la cuarentena. Ahora, esta responsabilidad no solamente recae en las publicaciones de audiencia masiva; también me dirijo a usted, la tía rezandera que comparte las catastróficas predicciones del COVID de Nostradamus. Finalmente, quiero dejar claro, para no ser mal interpretado, que no estoy sugiriendo que dejen de opinar, criticar y compartir información. Todo lo contrario, pues el debate, la opinión, la conversación y la crítica son tan necesarias como inevitables. No obstante, ruego a quien lee esto que sea analítico con la cantidad y la cualidad del público a quien dirige sus pensamientos. Dicho de otra forma, hay que tener un mayor grado de responsabilidad cuando se especula y opina ante varias personas, a cuando se conversa en la sala de la casa con amigos y familia.


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