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El mito fundante del feliz mestizaje ​

Por: Maria Daniela Delgado

“A los indios incivilizados no les debemos absolutamente nada, deben tener los mismos derechos y deberes que cualquier otro colombiano, como por qué razón debemos pagarles subsidios a los productores de las FARC?” tuiteó Sergio D. Rodríguez, economista y administrador militante del Partido Conservador, a propósito de La Minga. Indigna, escandaliza y asusta, pero no sorprende de un país que, por ejemplo, se comió entero el cuento de la ideología de género; que sale a marchar por un expresidente en el momento presidiario, después de condenar vehementemente la movilización social y, también —dentro de muchos otros posibles reproches—, cuya historia fundante se basa en el mito de la armonía racial, sin siquiera atreverse a ponerlo en entredicho.

Hace pocos días, vi el fragmento de una entrevista a Álvaro Gómez Hurtado que me dejó —aunque solo por algunos minutos— sin palabras; después, me motivó a escribir esto que usted está leyendo. El video consta de dos minutos y diez segundos de racismo puro y duro. Gómez Hurtado, en resumidas cuentas, se muestra considerablemente aliviado de que no haya en Colombia un “fundamentalismo racial”, gracias a que los “indígenas ya fueron asimilados por el mestizaje”; en ese sentido, tampoco considera posible el éxito de un “fundamentalismo negro”, pues en Colombia no se ha abandonado “la idea de que la sociedad debe ser integrada, que no es bueno tener negritudes, que es mejor una tolerancia en que las diferencias raciales no se aprecien mucho”. Finalmente, después de comparar la experiencia colombiana con el movimiento negro estadounidense de la época —destacando como deseable la primera, la nuestra— sentencia que Colombia debe valerse de “estos valores” (el maravilloso mestizaje) para impulsar la acción pública.
Me tildarán de injusta por decirle racista a Álvaro Gómez, que por atreverme a juzgarlo con estándares impropios de su época y por hacerlo en este convulso momento en que, nuevamente, se investiga su asesinato. Sin embargo, no es mi objetivo reducir la discusión al juicio de una figura de tal envergadura para la política colombiana; me niego a caer en la cultura de la cancelación que, cuando menos, es un rasgo manifiesto de colonialidad. No. Sencillamente, creo pertinente cuestionarlo, porque no tengo duda de que su posición —y no quiero decir que haya lavado el cerebro de los colombianos, ni emitir valoraciones desproporcionadas de este tipo— es una prueba fehaciente de que el mito del mestizaje se ha erigido como un (falso) principio justo y deseable, que conduciría a la construcción de una Nación —digamos— feliz.
Y, es que esta creencia no podría ser más falsa, más ciega y ruin ante las exigencias propias de un país heterogéneo, como Colombia. Marixa Lasso —que es, precisamente, quien teoriza alrededor del “mito de armonía racial”— señala las consecuencias de esta ideología nacionalista, basada en la unidad y homogeneidad demográfica, la cual popularmente se identifica como el estandarte de la guerra independentista: según las investigaciones sistemáticas de Lasso, esta produjo un robusto discurso patriótico que, en realidad, fungió de velo para encubrir la desigualdad de la época atada a la etnia, por lo que cualquier reclamo —organizado o no— por igualdad real se traducía en una afrenta contra La Nación. Así, a través de una estrategia de silenciamiento, las élites criollas lograron deslegitimizar y despolitizar “las acciones autónomas de los pardos (…), estableciendo unas narrativas oficiales donde las clases bajas quedaron fuera del panorama político”, como cita el historiador Daniel Esteban Bedoya en su reseña a Lasso. La autora ubica este fenómeno en el periodo independentista y las primeras décadas republicanas, y yo, osadamente —siguiendo la lógica de la colonialidad— me atrevo a afirmar que aquel sigue vigente.
Si no fuera así, ¿por qué Sergio D. Rodríguez distingue entre “indígenas ancestrales” e “indios incivilizados”, con base en que los segundos son “mingueros” (y otros calificativos grotescos y mentirosos)? ¿No será porque considera indigna la movilización social que reclama, en efecto, igualdad real? ¿No podría ser porque los pueblos indígenas colombianos se desmarcan de la estructura mestiza, que —adrede— les niega agencia política, autodeterminación? El ejemplo es igualmente claro en el caso de Álvaro Gómez: no considera conveniente reconocer voz y autonomía a la minoría diferente, pues los intereses de ella obstaculizan los del colono —la explotación de la tierra, por ejemplo; o cómo más explicar que a José Félix Lafaurie (como por nombrar uno, nomás) le sea imposible comprender otros posibles “usos” de la tierra que no sean la ganadería extensiva—. Si no fuera así, si no fuera racismo lo que subyace a las posiciones que denuncio, no sería tan difícil para estos burleteros del movimiento indígena identificar la red de factores que complejizan la situación de estos pueblos; se abstendrían de calificarlos (o descalificarlos, más bien) tan injustamente con sandeces que perpetúan la violencia y estigmatización histórica.
Espero, por lo menos, haber aportado a la discusión el apenas fragmento de un lente —pues soy consciente de no haber dado un abordaje completo al tema, como realmente merece— por el cual, usted y yo, decidamos atrevernos a observar. Observar para cuestionar, evaluar, preguntar, dudar; observar para pensar; observar para renunciar a la militancia que, independientemente de lo que defienda, implica renunciar a toda crítica… Observar, también, para hacernos de herramientas que permitan profundizar el debate, en lugar de reducirlo a lo que es políticamente correcto  o no lo es. Observar para dejar de violentar.
​
Y, por si acaso, ¡que vivan La Minga y los pueblos indígenas de Colombia, carajo!

Referencias:

1.    Primer trino reverenciado https://twitter.com/sdrodriguezt/status/1317805176653307905?s=21
2.    Segundo trino referencia do https://twitter.com/sdrodriguezt/status/1317597887350669313?s=21 
3.    Fragmento de entrevista a Álvaro Gómez https://twitter.com/nordonezyreyes/status/1316503683971022850?s=21
4.    Bedoya, Daniel. (2014). Lasso, Marixa: Mitos de armonía racial. Raza y republicanismo durante la era de la revolución, Colombia 1795-1831. Bogotá: Universidad de los Andes/Banco de la República, 2013, 200 pp. Historia Crítica. 53. 10.7440/histcrit53.2014.11.
 

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