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El poder de los símbolos

El presente texto lo escribí en el 2018, en el primer semestre de la Universidad y después de haber tenido el gusto y privilegio de viajar a Europa. A través del tiempo, he tratado de pulir ciertos aspectos gramaticales y reemplazar ciertas palabras por el bien de la exactitud; aún así es posible que sigan presentes algunos errores conceptuales o de traducción propios del momento, situación en la que pido disculpas de antemano. Algunas visiones han cambiado desde que escribí el texto, pero la preocupación y propuesta que surgieron en virtud del viaje siguen intactas. Espero sus comentarios y críticas.

​Por: Pablo van Cotthem

Recientemente, en un viaje a Alemania, me di cuenta de muchas cosas pequeñas; cosas que allá valoran mucho y que acá en Colombia pasan por alto y parecen no tener importancia. Sobre todo, la relación entre los símbolos y la política. Visitamos la zona emblemática del Bundestag, órgano de la rama legislativa, muy cerca de la puerta de Brandemburgo. Estando allá, es evidente la intención de transmitir “mensajes” por el tamaño y la forma de sus edificios; son construcciones imponentes que tienen una presencia importante en el paisaje de la ciudad. Parece que hicieran alusión a la grandeza del gobierno alemán y su poder, pero en el buen sentido, donde el ciudadano siente la garantía de que el Estado está presente para impartir justicia: es un guardián que dice “Aquí estoy”. 
En esta zona se encuentra un edificio de estilo neorrenacentista (siglo XIX) y al que uno inevitablemente admira, pues es a mi parecer es La Digna casa de la Democracia. En ese edificio se encuentra el “Bundestag”, antiguo “Reichstag”; es la cámara baja de la rama legislativa. Es un edificio que, a mi manera de ver, representa la grandeza de la política, pero a la vez ofrece y transmite la cercanía con “El pueblo” que muchos otros edificios en otros países no lo hacen. Lo digo por dos razones. La primera, al edificio puede entrar cualquier persona a casi cualquier hora, desde las 8 am hasta las 12 am, lo que da el mensaje a la ciudadanía de que cualquiera puede ir a verificar sobre qué están hablando y si los legisladores están cumpliendo con su trabajo a cabalidad. Además de esto, la entrada al edificio es la misma para los políticos que para los ciudadanos, hecho que nos recuerda la calidad de libres e iguales que mantienen todos los ciudadanos, tengan o no un cargo público. La segunda, que es la que más me impactó, es respecto al diseño de la cúpula hecho por el arquitecto Norman Foster y su firma, Foster and Partners. Foster fue el encargado de remodelar el edificio en los noventas, y dos de los cuatro aspectos más importante que debían destacar en la remodelación del edificio eran su importancia como foro democrático y la accesibilidad del público. 
Al entrar al Bundestag, los visitantes son dirigidos a la terraza superior del edificio, donde se encuentra una gran cúpula de cristal. Las personas pueden subir a la parte alta de la cúpula para poder apreciar la vista sobre Berlín, para culminar su recorrido en una serie de “foso”, donde se puede ver a los parlamentarios en las plenarias. Primero, el cristal de la cúpula pretende hacer alusión a la transparencia de la política alemana; cualquiera es bienvenido a verificar el trabajo de los parlamentarios elegidos por voto popular. Segundo, la posición del pueblo respecto a los políticos; están por encima de ellos, lo que nos dice que el bien común y el interés están por encima de cualquier político, y que todos aquellos que están “allá abajo” trabajan para los de arriba, los ciudadanos. Estos símbolos nos dicen que los políticos no son vistos como personas superiores o como una élite, más bien son personas al servicio de la sociedad, y que deben rendirle cuentas a ella,  principio fundamental de la democracia representativa. Tercero y último, la cúpula se ilumina de noche y sirve, según Foster, como “símbolo de la fortaleza y el vigor del proceso democrático alemán”, recordando una vez más al pueblo Alemán el trabajo por el mantenimiento y respeto de la democracia encomendado a los funcionarios del parlamento.
Creo que el jurista y filósofo Norberto Bobbio en su ensayo “Teoría general de la política”, puede explicar en mejores términos a lo que me refiero. Según él, la democracia es el “gobierno público en público”, donde los parlamentarios “deciden bajo la luz del sol”, para que los gobernados puedan “ver cómo y dónde se adoptan las decisiones” (Traducción de Salazar, 2006). Son, sin duda, principios que han evolucionado desde la democracia ateniense, cuando el desarrollo de la asamblea de la demos se daba en un lugar público como el ágora, y con la presencia física de quienes tomaban las decisiones de la vida pública. Es necesario no perder de vista el significado de ello, pues el diseño del Bundestag alude físicamente y por la forma de su diseño, a tales principios esgrimidos por Bobbio.

Terminada mi visita al Parlamento Alemán, recordé por instinto a mi país, Colombia. Reflexioné y me di cuenta de que no nos queda más que aplaudir y aprender de otras naciones que con ejemplo han demostrado lograr salir de sus momentos más oscuros y renacer hasta llegar a ser un país de suma importancia e influencia en el mundo actual. Creo que si imitamos correctamente aquellos aspectos positivos que vemos en otros países, podemos resolver ciertos errores propios, pues así como debemos aprender de nuestros errores y aciertos, debemos aprender también de los errores y aciertos ajenos. Claro está que es un largo camino por recorrer cuando hablamos en plural y como Nación, pero creo que vale la pena. 

Esa forma de vigorizar la política a través de los símbolos, se podría “importar” a Colombia, para recuperar la credibilidad de las instituciones que ejercen y mantienen la democracia, en este caso, el Congreso. Sería interesante que la entrada al congreso fuera pública, en vez de que sea por “Lista de invitados” o por una reserva inútil con tres días de anticipación, para asistir únicamente los jueves o viernes. Parece que fuera un privilegio verificar y vigilar lo que hacen los legisladores que nosotros mismos elegimos. Acaso, ¿Qué están haciendo allá adentro tan importante como para que “los de a pie” no podamos entrar? ¿Será muy difícil de entender todo lo que hablan allá y por eso no nos dejan entrar? ¿Albergarán secretos que no podemos saber? Esas preguntas no me dejan dormir por la noche. Con contadas excepciones, no vería problema a que la gente entrara de manera deliberada al Congreso.
Así como en Alemania, deberíamos poder entrar libremente al Congreso; tal cual amo y señor de su propiedad, para verificar que todo esté en orden y andando, y que no se retrase ni un segundo el desarrollo y la lucha por alcanzar el bienestar de los colombianos. Es necesario vigilar el cumplimiento del ejercicio legislativo, pues es un trabajo al servicio de nosotros, los ciudadanos, hecho que nos obliga a no descuidar nunca la forma en que se ejerce. El costo de no hacerlo, como afirmaba Platón, sería el gobierno de los menos virtuosos. 
Ahora bien, la entrada y recorrido libres que rodean al recinto legislativo bien podrían ser desde un punto de vista exterior al edificio del salón elíptico, como en Alemania, o desde el interior, como ya está diseñado actualmente. Muchos escépticos pragmáticos dirán que la actividad del Congreso se puede monitorear a través del Canal Institucional, que puedo reservar la visita, o que puedo conseguir alguien “de adentro” para que me haga el tour por el Congreso, pero yo les diré que es diferente el mensaje y el valor cuando hay presencia ciudadana causada por la simple voluntad de los ciudadanos de ir a hacer control y vigilancia política. La carga de significado en ello es más poderosa y profunda que las opciones actuales para poder visitar el congreso.
Gestos pequeños como estos podrían empezar a restablecer la credibilidad de una institución fundamental para la democracia como lo es el Congreso, y así despejar la constante bruma que rodea el ejercicio de la política y retomar la honestidad y la transparencia como valores cardinales del ejercicio legislativo. La ley no es la única forma de restablecer el equilibrio y los principios rectores de las instituciones, otras disciplinas como la arquitectura son nuestros aliados en tales empresas significativas. Pensando en ello, recuerdo lo que nos dijo un profesor que tuvimos en el colegio; “Si empezamos a hacer bien las cosas pequeñas, las cosas ordinarias, será más fácil tener éxito en las cosas grandes y extraordinarias”. 

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