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¿Cuál es el índice de mortalidad por fanatismo político?

Por: Felipe Anzola Hinestroza

Colombia, el mundo, la humanidad, y la sociedad tal y como la conocemos están atravesando la más dura crisis que se ha presentado desde la Segunda Guerra Mundial. No solo nos enfrentamos a un enemigo que no podemos ver y que pone en entredicho nuestra vida, sino a uno que nos ataca con la incertidumbre de perder la estabilidad que nos caracteriza como sociedad. Los planes se han suspendido, y la necesidad de sobrevivir ha generado un cambio esencial en la proveniencia de las ideas que se ponen sobre la mesa de debate: salen más de las entrañas que de la cabeza. Esto se debe a que las emociones y sentimientos están precisamente diseñados para ser la respuesta más primitiva de los seres humanos ante su entorno, y cuando la incertidumbre amenaza la vida y su estabilidad, es normal no poder tener la cabeza fría. De esta forma, las circunstancias han generado una crisis al interior de cada ser humano, que a su vez ha tomado matices políticos.


Sin embargo, no es nuevo que la gente se deje llevar por las emociones al momento de opinar y participar. De hecho, hay innumerables ejemplos que demuestran que estas actitudes se han incentivado a lo largo de la historia, debido a lo efectivo que resulta hacer que la gente crea las cosas desde el corazón; ya que esas creencias no se desmiente con argumentos. Sin embargo, en tiempos de crisis las personas son más vulnerables, y caer en este tipo de actitudes es algo que sucede de manera involuntaria y casi que instintiva. Eso es precisamente lo que ha ocurrido en Colombia, donde hemos visto que el sentido de la opinión crítica, que parecía estar cultivándose rigurosamente en algunos sectores de la sociedad, ha desaparecido para evolucionar y convertirse en el desarrollo de nuevos fanatismos.

Claudia López, Daniel Quintero, y muchas otras figuras públicas se han beneficiado de este golpe de suerte. Con esto no quiero decir que éste haya sido un movimiento premeditado por parte de estos personajes, pero, sin duda, ha sido efectivo para aumentar su popularidad y convertirse en verdaderos símbolos. Los medios de comunicación se han enamorado de aquellos que han tomado decisiones en nombre del beneficio ciudadano, y se ha ido perdiendo la crítica y el escepticismo. Esto ha hecho que nos volvamos deliberadamente permisivos con los errores de ciertos líderes a los que hemos decidido tomar como referentes, y fuertemente condenatorios con los errores de aquellos con los que no simpatizamos mucho. Es en este sentido, que los líderes que ingresaron al periodo de crisis con una buena imagen, han logrado aumentar sustancialmente su popularidad con cada decisión, y los que no, han terminado de hundirse o han generado menos impacto por más de que hayan tomado decisiones inmensamente beneficiosas.

Hay casos concretos que podemos mirar para analizar esta situación. Por poner un ejemplo, el hecho de que la alcaldesa prometiera el congelamiento de servicios públicos para toda la ciudadanía sin antes consultarlo fue una decisión sumamente irresponsable y, sin embargo, este es un error que hemos dejado pasar sin hacer mayores críticas. Por otro lado, tenemos al presidente Iván Duque, que se le reconoce por haber sido uno de los mandatarios más eficaces a la hora de tomar medidas para mitigar el virus en medio de la crisis, pero sus acciones no parecen haber sido equiparables a las de López en términos de satisfacción. Esto evidencia que la participación se ha tornado emocional incluso en aquellos sectores que alardean de sus habilidades para opinar críticamente.

Los riesgos que trae desarrollar este tipo de fanatismos políticos se pueden identificar mirando la historia colombiana, pero en esta ocasión nos enfrentamos no solo a aquel riesgo inherente del caudillismo y la polarización, sino a un riesgo propio de la actitud de los dirigentes: un exceso de ambición. Actualmente es necesario tomar medidas unificadas y pensar la crisis de forma empática. Naturalmente, esto requiere de un ejercicio de imaginación por parte de gremios, empresarios, políticos, estudiantes, etc., pero la ambición puede nublar la imaginación y hacerla catastróficamente egoísta en cuanto a sus propósitos. De esta forma, el fanatismo genera fuertes incentivos para que los dirigentes tomen decisiones desligadas en medio de una crisis que lo último que necesita, es una confrontación “campañística” de egos. 

En conclusión, tenemos un virus que amenaza con enfermar nuestra democracia y es necesario reducir su impacto. En medio de la crisis, debemos procurar tener una perspectiva que, en la medida de lo posible, esté libre de sesgos y nos ayude a fomentar una visión crítica y empática del momento que está atravesando el país. En nuestras manos recae el presupuesto sobre el que se basan los egos de nuestros gobernantes, y debemos cargar con el peso de esa responsabilidad a la hora de opinar.

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