¿Es el centro una postura política?
Por: Pablo van Cotthem
La necesidad de profesar una tendencia política neutra o “de centro” resulta ser una reacción natural al contexto colombiano, sin embargo, es inútil y engañosa. Podría decirse que la opinión pública y el ejercicio de la política, a través de toda la historia colombiana, se ha presentado de manera bipolar, es decir, a partir de los extremos. Hemos superado disyuntivas tales como la lucha entre la organización estatal unitaria y la federal, y llegado incluso a falsos dilemas (paz o guerra) como con el plebiscito del 2016 ¿Por qué sucede esto? Porque es la manera más fácil de plantear un problema complejo de manera simple, y, de paso, alborotar las masas y obtener apoyo político, pues la simplicidad del problema hace que cualquiera lo pueda “entender” a través de la clasificación de bandos entre buenos y malos. Resulta ser entonces el caldo de cultivo perfecto para el surgimiento de falsos profetas y caudillos hambrientos de poder. Conscientes o no de este problema, crecientes sectores de la opinión colombiana se denominan a sí mismos “de centro” como una reacción natural a dicha enemistad artificial que nos aqueja desde la formación del Estado colombiano. Es una reacción que pretende ser entre rebelde y conciliadora. Rebelde, porque se aparta de las posturas políticas dominantes de la actualidad; conciliadora, porque es consciente de que los problemas presentados como extremos hacen más mal que bien. Desafortunadamente, ser “de centro” sólo fomenta la confusión, indiferencia y falta de convicción, resultando en una falsa apariencia de equilibrio.
El “centro”, pretendiendo aprehender “lo mejor” de dos posturas opuestas que hoy denominamos “derecha” e “izquierda” termina por ser una tendencia política amorfa y borrosa en sus definición. Supongamos que un sujeto A prefiere la existencia de una economía centralizada, y a la vez está de acuerdo con el libre porte de armas. Por otro lado, un sujeto B puede preferir una economía basada en el libre mercado, pero estar en contra del libre porte de armas. A pesar de todo, ambos sujetos podrían afirmar que “son del centro”, pues dentro de su acervo ideológico se encuentran ideas comúnmente opuestas que, cuando se clasifican en el espectro político ordinario, son de derecha o izquierda. Se concluye entonces de manera falsa que, por predicar dos ideas que no corresponden a un solo género, llamado derecha o izquierda, se es automáticamente “de centro”. Esto resulta problemático, pues las personas que se denominen de “centro” van a encontrar dificultades a la hora de hallar congéneres políticos, pues el caso del sujeto A y B puede variar tantas veces como ideas y personas se definan “de centro”. En este sentido, es imposible delimitar el centro como ideología, pues, además del argumento expuesto anteriormente, no existen variables históricas ni filosóficas para determinarlo como una tendencia definida, mientras que si las hay para clasificar de manera más precisa -sin embargo, también imperfecta- a la izquierda y la derecha. El autoproclamarse como alguien de centro, sea por rebeldía, o con la intención de conciliar posturas opuestas en el fuero interno es, a mi manera de ver, una tarea de buena fe, pero que resulta ser, a pesar de todo, ineficaz e ingenua.
La invitación no es entonces a “escoger un bando” y arremeter injustificadamente contra el opositor, ni mucho menos. Es más bien todo lo contrario; es a ver al centro como aquello que puede y debe existir no como ideología, sino como el resultado de la dialéctica y la deliberación entre ideas discordes y opuestas en el escenario político, llámese Congreso, redes sociales, etcétera. El centro es un resultado; no es un grupo de ideas predeterminadas y aprehensibles. Como en un diagrama de Venn, la zona de intersección entre dos conjuntos existe sólo a partir de la superposición entre ellos; sin ellos es imposible que la intersección exista. Los conjuntos A y B son anteriores al centro; la concordia entre ideas opuestas es el resultado de su unión.
Justificar porqué debe dársele prioridad a métodos deliberativos antes que al simple mecanismo de votación que se rige por las mayorías simples o absolutas es un tema que merece otro artículo; por hoy lo voy a dejar de lado y me adelanto a la conclusión de que las decisiones que se toman a partir de la deliberación resultan ser más democráticas y legítimas que las que se toman por votación. Establecer la deliberación y la dialéctica como métodos decisorios entre sectores políticos discordes hará que el debate público produzca resultados más legítimos, inteligentes y realistas. Claramente, para llegar a aquel ideal tan deseado hay un largo camino, y más aún en Colombia, un país acostumbrado a la democracia de las mayorías, apático con la deliberación y políticamente inmaduro. En los siguientes artículos voy a proponer algunas ideas que creo que responden a la necesidad de mudar el debate político a un plano más complejo, que creo que puede producir, como ya dije, mejores y más justos resultados; resultados que son el centro.
Gracias
La necesidad de profesar una tendencia política neutra o “de centro” resulta ser una reacción natural al contexto colombiano, sin embargo, es inútil y engañosa. Podría decirse que la opinión pública y el ejercicio de la política, a través de toda la historia colombiana, se ha presentado de manera bipolar, es decir, a partir de los extremos. Hemos superado disyuntivas tales como la lucha entre la organización estatal unitaria y la federal, y llegado incluso a falsos dilemas (paz o guerra) como con el plebiscito del 2016 ¿Por qué sucede esto? Porque es la manera más fácil de plantear un problema complejo de manera simple, y, de paso, alborotar las masas y obtener apoyo político, pues la simplicidad del problema hace que cualquiera lo pueda “entender” a través de la clasificación de bandos entre buenos y malos. Resulta ser entonces el caldo de cultivo perfecto para el surgimiento de falsos profetas y caudillos hambrientos de poder. Conscientes o no de este problema, crecientes sectores de la opinión colombiana se denominan a sí mismos “de centro” como una reacción natural a dicha enemistad artificial que nos aqueja desde la formación del Estado colombiano. Es una reacción que pretende ser entre rebelde y conciliadora. Rebelde, porque se aparta de las posturas políticas dominantes de la actualidad; conciliadora, porque es consciente de que los problemas presentados como extremos hacen más mal que bien. Desafortunadamente, ser “de centro” sólo fomenta la confusión, indiferencia y falta de convicción, resultando en una falsa apariencia de equilibrio.
El “centro”, pretendiendo aprehender “lo mejor” de dos posturas opuestas que hoy denominamos “derecha” e “izquierda” termina por ser una tendencia política amorfa y borrosa en sus definición. Supongamos que un sujeto A prefiere la existencia de una economía centralizada, y a la vez está de acuerdo con el libre porte de armas. Por otro lado, un sujeto B puede preferir una economía basada en el libre mercado, pero estar en contra del libre porte de armas. A pesar de todo, ambos sujetos podrían afirmar que “son del centro”, pues dentro de su acervo ideológico se encuentran ideas comúnmente opuestas que, cuando se clasifican en el espectro político ordinario, son de derecha o izquierda. Se concluye entonces de manera falsa que, por predicar dos ideas que no corresponden a un solo género, llamado derecha o izquierda, se es automáticamente “de centro”. Esto resulta problemático, pues las personas que se denominen de “centro” van a encontrar dificultades a la hora de hallar congéneres políticos, pues el caso del sujeto A y B puede variar tantas veces como ideas y personas se definan “de centro”. En este sentido, es imposible delimitar el centro como ideología, pues, además del argumento expuesto anteriormente, no existen variables históricas ni filosóficas para determinarlo como una tendencia definida, mientras que si las hay para clasificar de manera más precisa -sin embargo, también imperfecta- a la izquierda y la derecha. El autoproclamarse como alguien de centro, sea por rebeldía, o con la intención de conciliar posturas opuestas en el fuero interno es, a mi manera de ver, una tarea de buena fe, pero que resulta ser, a pesar de todo, ineficaz e ingenua.
La invitación no es entonces a “escoger un bando” y arremeter injustificadamente contra el opositor, ni mucho menos. Es más bien todo lo contrario; es a ver al centro como aquello que puede y debe existir no como ideología, sino como el resultado de la dialéctica y la deliberación entre ideas discordes y opuestas en el escenario político, llámese Congreso, redes sociales, etcétera. El centro es un resultado; no es un grupo de ideas predeterminadas y aprehensibles. Como en un diagrama de Venn, la zona de intersección entre dos conjuntos existe sólo a partir de la superposición entre ellos; sin ellos es imposible que la intersección exista. Los conjuntos A y B son anteriores al centro; la concordia entre ideas opuestas es el resultado de su unión.
Justificar porqué debe dársele prioridad a métodos deliberativos antes que al simple mecanismo de votación que se rige por las mayorías simples o absolutas es un tema que merece otro artículo; por hoy lo voy a dejar de lado y me adelanto a la conclusión de que las decisiones que se toman a partir de la deliberación resultan ser más democráticas y legítimas que las que se toman por votación. Establecer la deliberación y la dialéctica como métodos decisorios entre sectores políticos discordes hará que el debate público produzca resultados más legítimos, inteligentes y realistas. Claramente, para llegar a aquel ideal tan deseado hay un largo camino, y más aún en Colombia, un país acostumbrado a la democracia de las mayorías, apático con la deliberación y políticamente inmaduro. En los siguientes artículos voy a proponer algunas ideas que creo que responden a la necesidad de mudar el debate político a un plano más complejo, que creo que puede producir, como ya dije, mejores y más justos resultados; resultados que son el centro.
Gracias