La colombianidad
Por: Nicolás Niño
¿Qué es la colombianidad? La respuesta folclórica a esta pregunta es sencilla: la colombianidad es el chocorramo, la bandeja paisa, el vallenato, los goles de Falcao. La respuesta honesta, sin embargo, es mucho más compleja. Para que algo sea una colombianidad tienen que cumplirse dos factores: que la compartamos muchos colombianos y que sea independiente del tiempo. Una condición espacial y otra temporal. Bajo esta definición hay varias colombianidades, pero hay una mucho más relevante que todas. Algún día olvidaremos los goles de Falcao. La verdadera colombianidad es nuestra falta de empatía.
El 9 de julio de este año los periódicos colombianos imprimen una frase de la vicepresidenta Marta Lucía Ramírez. “La gente no necesita que le estén regalando cosas”, dijo la segunda cabeza del ejecutivo, desde su torre de marfil. Con esta frase reactiva el debate alrededor de la famosa idea de que el pobre es pobre porque quiere - no lo es, pero ese no es el tema de este texto. A mí nunca me han regalado nada, pensará la señora, ¿por qué necesitan los demás que los ayuden?
El 6 de julio de este año se vuelca un camión en Tasajera. En una horrible tragedia, que dejó 10 muertos y más de 40 heridos, el énfasis desde Bogotá no fue en estas personas, en sus vidas, en el contexto que los llevó a saquear un camión. Facebook y Twitter ardían con frases como “por ladrones” o “quién los manda a estar robando”. Como colombianos nuestro primer instinto es condenar y juzgar, no en entender y comprender.
El 23 de noviembre del año pasado murió Dilan Cruz, asesinado por un agente de ESMAD. Hubo una gran respuesta en rechazo de este hecho, pero también hubo muchos quienes justifican el hecho. “quién lo manda a estar protestando”, o “eso le pasa por vándalo” fueron comentarios comunes en las redes sociales. En el marco de estas protestas un policía perdió un ojo, y también hubo respuestas como “por cerdo”. No me importan las vidas de las personas, me importan las vidas de las personas que son como yo.
En los dos ejemplos anteriores hay un claro sesgo de selección. La gente que habla en Twitter no es necesariamente una muestra representativa de los colombianos. Pero me pregunto, ¿no es igual de apática la gente que no se pronuncia? En ese último grupo me incluyo yo.
Pienso que nuestra falta de empatía, entre muchas otras causas, tiene dos muy grandes: la violencia histórica y el pensamiento dogmático. La relación entre la violencia y nuestra apatía es fácil de ver: aunque inicialmente me importe lo que le pasa a mi vecino, aprendo a no decir nada - y en últimas a que no me importe - porque me mata la guerrilla, el paramilitarismo, el narcotráfico o incluso el mismo estado. Hace 70 años me mataban incluso por decir que era liberal o conservador, entonces aprendo a no decir nada.
La segunda causa es más difícil de ver. Al hablar de pensamiento dogmático en Colombia, es inevitable hablar de religión. Hay muchos más dogmas, pero ejemplificaré mi argumento con este, pues en medio de todo somos el país del Sagrado Corazón. La religión tiene cosas muy buenas, nos ayuda a sobrellevar la ridiculez absoluta de la existencia y nos ayuda a cooperar, por lo menos entre las personas de mí misma fe. Sin embargo, tiene dos resultados en los humanos que nos vuelven menos empáticos.
Por un lado, la religión amplifica los impulsos normales de todo ser humano de clasificar a los demás como parte de nuestro mismo grupo o como parte de otro. El conocido “us vs them”. Es algo normal en todos nosotros, pero la religión lo amplifica, quizás hasta el punto en el cual nuestros cerebros se vuelven excelentes en clasificar a otras personas como “los demás”. Según el sociólogo Mark Juergensmeyer, la religión exacerba la tendencia natural de los humanos de dividir a las personas entre amigas y enemigas, buenas y malas, nosotros y ellos. Le da una justificación cósmica y mágica a esta división. Los demás no nos importan, y un cerebro que está entrenado en clasificar de manera muy fácil y rápida a otros como “los demás”, no será un cerebro muy empático.
Por otro lado, la religión le enseña a nuestros cerebros a pensar en opuestos. Dios y Satanás. Cielo e infierno. Puros vs pecadores. Buenos vs malos. Pensar en opuestos me impide, y suena tonto pero es muy importante, pensar en mitades, en grises. La vida es gris, no es blanca o negra. La gente que murió en Tasajera no murió porque eran unos criminales y se lo merecían, murió porque el estado colombiano no tenía ninguna presencia en el lugar. No murieron por ladrones, murieron porque no sabíamos que existían. La empatía está en comprender los grises que tiñen las acciones de los demás. Los 10 mandamientos no permiten otros colores que no sean negro o blanco.
Si hemos de hablar de colombianidad, tenemos que hablar de nuestra falta de empatía. Al final del día somos los mismos que asesinamos a Andrés Escobar por meterse un autogol.
¿Qué es la colombianidad? La respuesta folclórica a esta pregunta es sencilla: la colombianidad es el chocorramo, la bandeja paisa, el vallenato, los goles de Falcao. La respuesta honesta, sin embargo, es mucho más compleja. Para que algo sea una colombianidad tienen que cumplirse dos factores: que la compartamos muchos colombianos y que sea independiente del tiempo. Una condición espacial y otra temporal. Bajo esta definición hay varias colombianidades, pero hay una mucho más relevante que todas. Algún día olvidaremos los goles de Falcao. La verdadera colombianidad es nuestra falta de empatía.
El 9 de julio de este año los periódicos colombianos imprimen una frase de la vicepresidenta Marta Lucía Ramírez. “La gente no necesita que le estén regalando cosas”, dijo la segunda cabeza del ejecutivo, desde su torre de marfil. Con esta frase reactiva el debate alrededor de la famosa idea de que el pobre es pobre porque quiere - no lo es, pero ese no es el tema de este texto. A mí nunca me han regalado nada, pensará la señora, ¿por qué necesitan los demás que los ayuden?
El 6 de julio de este año se vuelca un camión en Tasajera. En una horrible tragedia, que dejó 10 muertos y más de 40 heridos, el énfasis desde Bogotá no fue en estas personas, en sus vidas, en el contexto que los llevó a saquear un camión. Facebook y Twitter ardían con frases como “por ladrones” o “quién los manda a estar robando”. Como colombianos nuestro primer instinto es condenar y juzgar, no en entender y comprender.
El 23 de noviembre del año pasado murió Dilan Cruz, asesinado por un agente de ESMAD. Hubo una gran respuesta en rechazo de este hecho, pero también hubo muchos quienes justifican el hecho. “quién lo manda a estar protestando”, o “eso le pasa por vándalo” fueron comentarios comunes en las redes sociales. En el marco de estas protestas un policía perdió un ojo, y también hubo respuestas como “por cerdo”. No me importan las vidas de las personas, me importan las vidas de las personas que son como yo.
En los dos ejemplos anteriores hay un claro sesgo de selección. La gente que habla en Twitter no es necesariamente una muestra representativa de los colombianos. Pero me pregunto, ¿no es igual de apática la gente que no se pronuncia? En ese último grupo me incluyo yo.
Pienso que nuestra falta de empatía, entre muchas otras causas, tiene dos muy grandes: la violencia histórica y el pensamiento dogmático. La relación entre la violencia y nuestra apatía es fácil de ver: aunque inicialmente me importe lo que le pasa a mi vecino, aprendo a no decir nada - y en últimas a que no me importe - porque me mata la guerrilla, el paramilitarismo, el narcotráfico o incluso el mismo estado. Hace 70 años me mataban incluso por decir que era liberal o conservador, entonces aprendo a no decir nada.
La segunda causa es más difícil de ver. Al hablar de pensamiento dogmático en Colombia, es inevitable hablar de religión. Hay muchos más dogmas, pero ejemplificaré mi argumento con este, pues en medio de todo somos el país del Sagrado Corazón. La religión tiene cosas muy buenas, nos ayuda a sobrellevar la ridiculez absoluta de la existencia y nos ayuda a cooperar, por lo menos entre las personas de mí misma fe. Sin embargo, tiene dos resultados en los humanos que nos vuelven menos empáticos.
Por un lado, la religión amplifica los impulsos normales de todo ser humano de clasificar a los demás como parte de nuestro mismo grupo o como parte de otro. El conocido “us vs them”. Es algo normal en todos nosotros, pero la religión lo amplifica, quizás hasta el punto en el cual nuestros cerebros se vuelven excelentes en clasificar a otras personas como “los demás”. Según el sociólogo Mark Juergensmeyer, la religión exacerba la tendencia natural de los humanos de dividir a las personas entre amigas y enemigas, buenas y malas, nosotros y ellos. Le da una justificación cósmica y mágica a esta división. Los demás no nos importan, y un cerebro que está entrenado en clasificar de manera muy fácil y rápida a otros como “los demás”, no será un cerebro muy empático.
Por otro lado, la religión le enseña a nuestros cerebros a pensar en opuestos. Dios y Satanás. Cielo e infierno. Puros vs pecadores. Buenos vs malos. Pensar en opuestos me impide, y suena tonto pero es muy importante, pensar en mitades, en grises. La vida es gris, no es blanca o negra. La gente que murió en Tasajera no murió porque eran unos criminales y se lo merecían, murió porque el estado colombiano no tenía ninguna presencia en el lugar. No murieron por ladrones, murieron porque no sabíamos que existían. La empatía está en comprender los grises que tiñen las acciones de los demás. Los 10 mandamientos no permiten otros colores que no sean negro o blanco.
Si hemos de hablar de colombianidad, tenemos que hablar de nuestra falta de empatía. Al final del día somos los mismos que asesinamos a Andrés Escobar por meterse un autogol.