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La verdad no existe

Por: Mariana Crane Ruge

Alguna vez oí un TedTalk sobre una mujer hindú que se había propuesto encontrar a Dios. No recuerdo muy bien en su charla, ni si terminó encontrando a Dios, pero lo que me quedó fue que, en su religión, uno de los principios más importantes es el no-absolutismo, la creencia que no existe una verdad absoluta ni una moral universal, sino que la verdad y la moral son cosas que se construyen en cada individuo y en cada cultura, y que dependen en gran medida de las circunstancias. Esta filosofía relativista se aleja notoriamente de nuestras creencias y cultura occidentales, latinas y católicas, en las que la verdad es una sola y los valores deben ser los mismos para todos para ser válidos. Fue por eso por lo que la idea de una verdad relativa, personal, incluso, me llamó tanto la atención. Además, como buena economista en construcción, me pareció muy lógico que la respuesta a las preguntas más filosóficas también fuera “depende”. He reflexionado mucho sobre esa manera de ver la vida, y me he tomado la libertad de extrapolar el concepto del no-absolutismo a otro ámbito: la política. 


Vivimos en un país polarizado, en el que cualquier decisión, proposición, política implementada o frase pronunciada es objeto de crítica y debate. Desafortunadamente, las falacias ad hominem proliferan; esperamos a saber quién ha dicho algo para decidir si estamos de acuerdo o no. No nos abrimos a diálogos respetuosos, no queremos oír a la oposición y creemos que sabemos lo suficiente para meter la cucharada en todo. ¿O cuántas veces hemos oído la increíblemente válida y subvalorada respuesta “no sé lo suficiente para tener una opinión informada”? Yo, muy pocas. Estas actitudes pueden ser el resultado de una historia violenta y difícil, de un sistema educativo en el que no saber es motivo de castigo, o de un excesivo fanatismo político y religioso, no lo sé. Pero lo que sí sé es que esto hace que pensemos en términos absolutos, que creamos que siempre tenemos la razón, que vemos la foto completa y que, por eso, debemos tener la razón. Y lo grave es que esto hace que creamos que el que piensa diferente es estúpido o inmoral y no sabe de lo que habla. Lo raro es que, aunque muchas veces nos encontramos con opiniones que, efectivamente, no son lo suficientemente informadas, nunca creemos que los de la información insuficiente somos nosotros, nunca creemos que nosotros somos a los que nos está haciendo falta ver parte de la foto. 

Todos tenemos cosas en las que creemos firmemente y con convicción. Estas opiniones las tenemos porque hemos vivido un conjunto de experiencias determinadas. Nuestra educación, familia, cultura, religión, vivencias personales e incluso los libros que leemos determinan nuestras opiniones. Es inevitable, usamos lo que vemos y sabemos para decidir lo que pensamos y creemos. Pero, lo que se nos olvida es que nadie en el mundo ha tenido exactamente el mismo input de información que nosotros. Por ende, es apenas natural que diferentes personas tengan diferentes opiniones, porque no hay verdades absolutas. 

La cuestión es tan fácil de entender como cambiar de opinión. Alguna otra vez leí una anécdota (en Pinterest, que es de donde saco toda mi filosofía de vida) sobre una clase en la que el profesor les mostraba a sus alumnos un libro negro, y les preguntaba de qué color era el libro. Naturalmente, los 100 alumnos de la clase magistral contestaron en coro: “negro”. Pero el profesor les dijo que no, que el libro era rojo. Los estudiantes protestaron y le dijeron que estaba equivocado, que cómo iba a ser rojo si todos ellos veían claramente y el libro era indiscutiblemente negro. Después, el profesor volteó el libro y, efectivamente, la contraportada era roja. La lección del experimento era que uno nunca debe decirle a alguien que está equivocado sin haber visto las cosas desde su punto de vista. En efecto, al ver el otro lado del libro, los estudiantes cambiaron de opinión. Y es algo que todos hacemos. Creemos algo, pero nos dan información que no poseíamos antes, y nuestra creencia cambia. Entonces, ¿por qué nos cuesta tanto entender que esta es la razón por la que hay gente que piensa diferente?

Creo, de todo corazón, que si lográramos interiorizar este no-absolutismo, si entendiéramos a profundidad que las circunstancias determinan las opiniones y que las opiniones pueden cambiar, haríamos una política más efectiva e incluyente, y una sociedad más abierta al diálogo y más en paz, sin extremismos. La gente (la mayoría, pues) no es bruta, tiene un input de información y experiencias del cual se deriva un proceso lógico que fundamenta su opinión. En la medida en la que entendamos esto, nos será más fácil encontrar La Frontera entre nosotros y el otro.

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