Por: Germán Andrés Ortega
Hace siete meses muchos decíamos o pensábamos: “¡2020, sorpréndeme!”, y creo que desde el primer día lo hizo. Tanto nos sorprendió que tres meses más tarde estábamos encerrados, el Gobierno y las alcaldías habían tomado estrictas medidas por la llegada de los primeros casos del COVID-19 al país, y fue entonces cuando empezó la locura.
La vida --virtualmente o no-- tuvo que seguir y, entonces, empezamos a darnos cuenta de que realmente nada en el mundo está bien. Lo podemos ver perfectamente reflejado en este hermoso país. Dejando de lado los hechos que originaron movimientos que fueron tendencia internacionalmente en esta cuarentena, como #BlackLivesMatter, vamos a centrarnos un poco en Colombia, pues como dicen por ahí “la caridad y la solidaridad empiezan por casa” (Por cierto, en nuestro país se reportan casos iguales o peores al de George Floyd con mucha más frecuencia, pero eso no da tantos likes. Anderson Arboleda, por ejemplo).
Entrando en materia, estamos en un momento complicado en nuestra historia; bastante, de hecho, y qué mejor remedio para esto que una lucha de egos y de odios entre el presidente y la alcaldesa de la capital: “Es que el Gobierno no ha cumplido”, “Gobierno irresponsable”, “Yo soy el Presidente”. Primer panorama de los inicios de esta locura pandémica. Sigamos… más adelante, quien debe dar ejemplo sale a hacer mercado con su pareja cuando solo un miembro por familia debería salir, gravísimo error pero, ¿es tan grave como para que el fiscal general de la nación decida abrirle una investigación de carácter penal? Pues miren ustedes que sí. Seguramente sobre este tema se mantuvieron conversaciones privadas, por llamada o Whatsapp, pues resulta que el ejército ¡hace tiempo estaba oyéndolo todo! (y sin ningún tipo de orden judicial, atentos).
Ahora, en un Estado Social de Derecho, los líderes deben ayudar a la población más necesitada. Así, es una excelente idea entregar mercados y, por qué no, “ya que soy alcalde”, contrato proveedores que me venden un kilo de lentejas en 6.500 cuando, según el DANE, este mismo cuesta normalmente 4.000, ¡qué ofertón! Y que nadie se queje, porque de hacerlo, es un atenido, así de claro.
Y continúa la locura: el Congreso de la República, nuestros Honorables Congresistas, quienes deberían ser los más preparados, deciden aprobar un proyecto de ley espectacular: la cadena perpetua para violadores de niños. ES-PEC-TA-CU-LAR. Tal vez a los constituyentes no les guste tanto, pero igual la Constitución se reforma y ¡listo! ¿Por qué se aprobó este Acto Legislativo? Porque eso da muchos votos, claro, pero ¿realmente soluciona el problema? Basta con leer un poco de política criminal y fines de la pena para darse cuenta de que no reduce en lo absoluto la cantidad de crímenes ni los previene. No todos tendrían que saber de esto, claro está, pero sí deberían estudiar la viabilidad de sus proyectos.
Bueno, las cosas no han pintado bien hasta aquí, pero ni siquiera hemos llegado a la guinda del pastel. A finales de junio nos encontramos con la atrocidad --por no usar mi francés-- de que quienes protegen a la población, nuestros héroes de la patria, habían transfigurado su labor de protección y, entre siete militares --sí, SIETE—, habían violado a una niña indígena perteneciente a la población emberá, ¿excelente servicio? No es necesario ahondar mucho en los detalles. Sin embargo, dice mucho la decisión de la Fiscalía de imputar un acceso carnal abusivo (dando a entender que la niña lo había consentido, un poema); luego, nuestro Presidente de la República --abogado graduado—, que debería saber que no se puede aplicar una pena que aún no existe, dice que se inauguraría la cadena perpetua con estos militares. ¿Su fuente? Arial, 12.
Y bueno, nuestro ya mencionado fiscal, quien en su inmensa humildad dice que ocupa el segundo cargo más importante del país, sigue alegrándonos en esta cuarentena. El estrés del encierro (que no podemos desconocer lo agobiante que es) hizo que él, con su amigo el contralor, viajara con su familia a San Andrés. Ah, ¡y con una amiga de su hija! Estamos hablando del mismo que quería investigar a la alcaldesa, sí… el mismo. Sin embargo, hay que entender que tiene una causal de justificación que lo exime de toda responsabilidad: el amor paternal.
Dicho esto, deberíamos mirar un poco más lo que pasa en nuestro país y ser más críticos constantemente, no solo cuando los temas son trending topic. Así es como deberíamos reinventarnos: pensando más en ser agentes de cambio, y yo soy el primero que debería empezar.
Hace siete meses muchos decíamos o pensábamos: “¡2020, sorpréndeme!”, y creo que desde el primer día lo hizo. Tanto nos sorprendió que tres meses más tarde estábamos encerrados, el Gobierno y las alcaldías habían tomado estrictas medidas por la llegada de los primeros casos del COVID-19 al país, y fue entonces cuando empezó la locura.
La vida --virtualmente o no-- tuvo que seguir y, entonces, empezamos a darnos cuenta de que realmente nada en el mundo está bien. Lo podemos ver perfectamente reflejado en este hermoso país. Dejando de lado los hechos que originaron movimientos que fueron tendencia internacionalmente en esta cuarentena, como #BlackLivesMatter, vamos a centrarnos un poco en Colombia, pues como dicen por ahí “la caridad y la solidaridad empiezan por casa” (Por cierto, en nuestro país se reportan casos iguales o peores al de George Floyd con mucha más frecuencia, pero eso no da tantos likes. Anderson Arboleda, por ejemplo).
Entrando en materia, estamos en un momento complicado en nuestra historia; bastante, de hecho, y qué mejor remedio para esto que una lucha de egos y de odios entre el presidente y la alcaldesa de la capital: “Es que el Gobierno no ha cumplido”, “Gobierno irresponsable”, “Yo soy el Presidente”. Primer panorama de los inicios de esta locura pandémica. Sigamos… más adelante, quien debe dar ejemplo sale a hacer mercado con su pareja cuando solo un miembro por familia debería salir, gravísimo error pero, ¿es tan grave como para que el fiscal general de la nación decida abrirle una investigación de carácter penal? Pues miren ustedes que sí. Seguramente sobre este tema se mantuvieron conversaciones privadas, por llamada o Whatsapp, pues resulta que el ejército ¡hace tiempo estaba oyéndolo todo! (y sin ningún tipo de orden judicial, atentos).
Ahora, en un Estado Social de Derecho, los líderes deben ayudar a la población más necesitada. Así, es una excelente idea entregar mercados y, por qué no, “ya que soy alcalde”, contrato proveedores que me venden un kilo de lentejas en 6.500 cuando, según el DANE, este mismo cuesta normalmente 4.000, ¡qué ofertón! Y que nadie se queje, porque de hacerlo, es un atenido, así de claro.
Y continúa la locura: el Congreso de la República, nuestros Honorables Congresistas, quienes deberían ser los más preparados, deciden aprobar un proyecto de ley espectacular: la cadena perpetua para violadores de niños. ES-PEC-TA-CU-LAR. Tal vez a los constituyentes no les guste tanto, pero igual la Constitución se reforma y ¡listo! ¿Por qué se aprobó este Acto Legislativo? Porque eso da muchos votos, claro, pero ¿realmente soluciona el problema? Basta con leer un poco de política criminal y fines de la pena para darse cuenta de que no reduce en lo absoluto la cantidad de crímenes ni los previene. No todos tendrían que saber de esto, claro está, pero sí deberían estudiar la viabilidad de sus proyectos.
Bueno, las cosas no han pintado bien hasta aquí, pero ni siquiera hemos llegado a la guinda del pastel. A finales de junio nos encontramos con la atrocidad --por no usar mi francés-- de que quienes protegen a la población, nuestros héroes de la patria, habían transfigurado su labor de protección y, entre siete militares --sí, SIETE—, habían violado a una niña indígena perteneciente a la población emberá, ¿excelente servicio? No es necesario ahondar mucho en los detalles. Sin embargo, dice mucho la decisión de la Fiscalía de imputar un acceso carnal abusivo (dando a entender que la niña lo había consentido, un poema); luego, nuestro Presidente de la República --abogado graduado—, que debería saber que no se puede aplicar una pena que aún no existe, dice que se inauguraría la cadena perpetua con estos militares. ¿Su fuente? Arial, 12.
Y bueno, nuestro ya mencionado fiscal, quien en su inmensa humildad dice que ocupa el segundo cargo más importante del país, sigue alegrándonos en esta cuarentena. El estrés del encierro (que no podemos desconocer lo agobiante que es) hizo que él, con su amigo el contralor, viajara con su familia a San Andrés. Ah, ¡y con una amiga de su hija! Estamos hablando del mismo que quería investigar a la alcaldesa, sí… el mismo. Sin embargo, hay que entender que tiene una causal de justificación que lo exime de toda responsabilidad: el amor paternal.
Dicho esto, deberíamos mirar un poco más lo que pasa en nuestro país y ser más críticos constantemente, no solo cuando los temas son trending topic. Así es como deberíamos reinventarnos: pensando más en ser agentes de cambio, y yo soy el primero que debería empezar.