Los peligros de la identidad y el centro como posición
Por: Tomás Lizcano Márquez
Recientemente, me he topado en las diferentes redes sociales con múltiples ataques estigmatizadores, agresivos y con repudio hacia los millennials y la generación Z (ver figura 1). En principio me sentí profundamente ofendido y pensé en dedicar una columna a defender “mi” generación citando “nuestros” logros y expectativas hacia el futuro. Pero a decir verdad, si estos mensajes me habían molestado en un momento, me sentí realmente mortificado cuando me di cuenta del verdadero efecto que habían generado en mí. Y es que como pueden ver, los comentarios me dieron justo en una identidad de generación que hasta el momento no sabía ni que existía. Siendo así, pensé que si nos dividimos y nos enfrentamos de tal forma simplemente en razón de nuestra fecha de nacimiento, entonces los alcances de las luchas identitarias son inimaginables.
Creo que el hombre tiene la necesidad innata de pertenecer a grupos y organizaciones; y este proceso de agrupación se puede dar según múltiples causas y características. La principal fuente de las agrupaciones es la identificación de similitudes y cosas comunes entre sujetos, para posteriormente unirse y eventualmente organizarse. Por esta razón, generalmente un individuo teniendo infinitas opciones -incluida la opción de no escoger ninguna preferencia- va a escoger una de ellas. Tal vez, nos sentimos obligados a siempre escoger una de las opciones aun no teniendo que hacerlo, porque sabemos que haciéndolo podemos pertenecer a un grupo de personas y forjar nuestra esencia. Entonces, al tener preferencias automáticamente pertenecemos a grupos de personas que ni siquiera sabemos que existen, pero esto nos hace sentirnos más seguros porque somos seres sociales.
Ahora, pertenecer a grupos y tener posiciones y preferencias está bien, y más si esto nos da seguridad y nos ayuda a forjar nuestra identidad; es más, está bien defender con orgullo esa identidad. Pero todo se torna problemático cuando nos obsesionamos con esa identidad y nos olvidamos de que hay otras identidades, sumergiéndonos así en un juego de suma cero (solo uno gana: yo). No olvidemos que los genocidios, por regla general, son motivados por diferencias identitarias; ¿o acaso las cruzadas y el holocausto no son el producto de una disyuntiva ideológica? Revisemos brevemente el segundo caso, el holocausto. La ideología nazi se basa en algunos aspectos de la teoría del politólogo y jurista alemán Carl Schmitt. Uno de estos aspectos adoptados por Hitler es la concepción schmittiana de la Nación. Schmitt, basado en el binomio amigo-enemigo, dice que la Nación está conformada por todos aquellos que tienen un odio común, esa es su identidad, lo que los relaciona e identifica. Hitler, adopta esta idea y no hace falta recordar el resto de la historia. De esta manera, se puede ver cómo Hitler, cegado por su identidad racial, se convence sin lugar a prueba en contrario de que su ideología es la correcta, y no hay espacio para otra; malinterpretando y llevando al extremo un fragmento del pensamiento de, a mi parecer, el filósofo del derecho más interesante de la historia.
Habiendo demostrado el peligro de las identidades –drásticas y obsesivas- me atrevo a proponer estas dos conclusiones:
Podemos ser de negros, pero sabiendo que hay blancos
Como he dicho anteriormente, es intrínseco al hombre tener posiciones, preferencias y pertenecer a grupos, y por consiguiente está bien tenerles. Sin embargo, debemos ser abiertos a oír y respetar la opinión de quienes tienen otras identidades inclusive totalmente opuestas. Así pues, esto implica que bajo ninguna circunstancia debemos obsesionarnos y llevar al extremo nuestra ideología, por más orgullosos que estemos de nuestra esencia. Me explico, el patriotismo implica orgullo y respeto por la Nación a la que se pertenece; pero el nacionalismo –parecido- significa un apego particular a la Nación que eventualmente puede desbordar los alcances de la persona, a costa de hacer respetar su bandera. Otro ejemplo, es las ideologías políticas. Cuando alguien inconscientemente lleva a un extremo su identidad, apoya sin si quiera entender el contenido, las propuestas de sus líderes y desaprueba sin conocerlas, las propuestas del contrario. Ser de negros sabiendo que hay blancos implica poder ser de izquierda, siendo críticos hacia la misma izquierda y abiertos a oír a los de la derecha.
Podemos ser de grises
El centro es una posición. “No voy por el rojo, ni por el azul; voy por el que juegue mejor. Por el buen fútbol”, eso es una posición. No elegir un extremo no significa “ser un tibio” carente de argumentos; no significa temor por la discusión y una solución facilista para evitarle. En efecto, en términos políticos estoy convencido de que el centro es una posición y muy válida. Tal vez no la concibo como muchos: con unas ideas prefijadas, es decir, con una ideología material. Más bien, la veo como una ideología de forma, donde habiendo unos principios moldeadores, las ideas puedan ir cambiando, no a conveniencia de la opinión pública, sino según el contexto del país en todos los ámbitos. Dicho de otra forma, el centro, no es otra cosa que adaptar las ideas a lo conveniente según el momento, pero teniendo unos principios inamovibles; además de ser autocríticos con nuestras preferencias y abiertos a las demás.
Figura 1: