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Relato colombiano: El gran barco

31/1/2020

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Un gran barco, cargado de riqueza, está en el proceso de sufrir un naufragio. El casco de la nave está dañado, el agua empieza a llenar las bodegas, los mástiles corren peligro de ser dañados, la tormenta a su alrededor no amaina y para colmo, el capitán, sus maestres y los pasajeros no saben qué hacer; nadie está de acuerdo en cómo solucionar los problemas inminentes, ni hacia dónde fijar el rumbo del barco. El capitán discute acaloradamente en su cabina con el maestre, el contra maestre y el resto de los tripulantes de la nave -en resumen, quienes dirigen el barco- para determinar qué se debe hacer. Llevan horas discutiendo, ignorando el hecho de que el barco se encuentra en peligro. Los pasajeros aguardan afuera de la cabina, esperando una respuesta de quienes han sido denominados expertos en navegación. Uno de ellos apoya fervientemente la opinión del capitán; otro le da la razón al maestre; otro al contramaestre, y así sucesivamente. Se pelean incluso los pasajeros por tratar de determinar cuál miembro de la tripulación detenta la razón. Empieza el caos: unos quieren amotinarse, otros prefieren esperar a que el debate de la tripulación dé una respuesta, otros opinan que el barco aún anda y no hay tales problemas, y por último están quienes ya empiezan a profesar el destino catastrófico de la nave. Los pasajeros más acaudalados, amigos de la tripulación, observan desde las balsas de emergencia, a modo de espectadores en un circo, el alboroto y la conmoción en cubierta.
De pronto, un pasajero inmerso en la frenética discusión se detiene, mira a su alrededor y se da cuenta del evidente pero ignorado hecho de que todos están en el mismo barco. La indecisión, el afán por demostrar quién tiene razón y el egocentrismo, tanto de la tripulación como de los pasajeros, solo está provocando una cosa: el hundimiento casi inevitable del barco. Quienes más gravemente sufrirían las consecuencias serían los pasajeros, dado que ellos no tendrían otra opción que quedarse en el barco, pues no podrían acceder a las balsas de emergencia, y muchos otros, no saben nadar -piensa el pasajero observador-. Mira por la ventana de la cabina del capitán: dentro de ella la acalorada discusión continúa, y mientras tanto otros tripulantes gozan del desorden y empiezan a acordar la división de la riqueza del barco una vez este naufrague, mientras observan cómo la discusión entre los superiores al mando se escala incluso a los insultos. El pasajero observa desde la ventana atónito; otros pasajeros se le han unido y desde ahí ven la discusión dentro de la cabina y, a manera de fanáticos, empiezan a alentar al superior que creen que tiene la razón. 
Iban, inexorablemente, por el camino de la autodestrucción. Parecía imposible ponerlos a todos de acuerdo; no se decidían si debían empeñar fuerzas en la reparación del barco o en establecer un rumbo nuevo para escapar de la tormenta que amenazaba con sentenciarlos a un destino irreparable. Lo importante ya no era resolver los problemas, sino demostrar dominio y superioridad sobre los demás. Muchos pasajeros empezaron entonces a perder la esperanza: creían que el destino estaba sellado, y que la tripulación nunca se pondría de acuerdo, y que las profundas diferencias entre los pasajeros eran irreconciliables; la desconfianza interna aumentaba cada vez más, llegando al punto en que unos tildaban de enemigos de la salvación a los otros, y viceversa. 
Viendo el panorama, el pasajero observador pensó –Es irónico el hecho de que todos quieran lo mismo, que, al fin y al cabo, se trata de salvar el barco, sobrevivir y establecer un nuevo rumbo. Pero el espectáculo, la desconfianza, la indiferencia y sobre todo el hambre de poder, no permiten que la tripulación y los pasajeros se den cuenta de ello. Si esto continúa así, estaremos a la merced del porvenir y habremos de sufrirlo, y no podremos determinar nuestro destino, a nuestra manera (…) que la suerte nos acompañe- El pasajero concluyó, y echó un vistazo a aquella nave llamada “Colombia”, y se quedó pensando en lo que el futuro vendría a depararle a él y a sus congéneres. 
Usted, querido lector, es quien decide cómo concluye esta historia…

Nota adicional:
*Una analogía bien diseñada no necesita ningún tipo de aclaración o explicación: aun así, voy a contradecirme por pura necesidad contextual:
El relato que acaba de leer pretende ser una analogía que, a mi manera de ver, permite entender más fácilmente el comportamiento de la opinión pública y de la política en Colombia. No se puede encasillar esta analogía en una época específica o asignarles uno u otro nombre a los personajes de esta historia. De hacerlo, estaría promoviendo el naufragio del barco. *

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    Autor

    Pablo van Cotthem

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    Enero 2020

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