LA FRONTERA
  • Inicio
  • Secciones
  • ¿Quiénes somos?
  • Contacto
  • Inicio
  • Secciones
  • ¿Quiénes somos?
  • Contacto
Search by typing & pressing enter

YOUR CART

Imagen

Si los leones hablaran

Por: Nicolás Niño

Todos hemos querido hablar con nuestras mascotas. Es más, todos hemos querido hablar con cualquier animal, punto. Hasta Hollywood ha generado millones de dólares con esta idea. En 1953, el filósofo austriaco Ludwig Wittgenstein propuso en su libro Investigaciones filosóficas, entre otras cosas, que, si los leones pudieran hablar, no los entenderíamos. La lógica de Wittgenstein es sencilla: la manera en que hablamos nace de cómo vivimos, nace de nuestro mundo. Un león vive una vida muy diferente a la de un humano, entonces —razona el filósofo—, incluso si este pudiera hablar español, no podría haber conversación alguna entre estos.


Hace un par de días, vi a mi hermana explicar por teléfono, a un tío de 80 años, cómo descargar Zoom durante casi una hora y media. Ver esto me llevó a concluir que, incluso dentro de los mismos humanos, hay leones. Claramente, mi tío y yo podemos tener una conversación, ninguno es del todo un león para el otro, pero la verdad es que ninguno es del todo un humano para el otro, en el sentido de la parábola de Wittgenstein. La comunicación intergeneracional es muy complicada. Algo tan obvio para uno, como deslizar la pantalla del celular, puede no tener sentido alguno para un señor de 80 años.


La rapidez con la que avanza la tecnología es quizás el factor que mejor explica estas complicaciones de comunicación. Mi tío y yo vivimos en mundos diferentes, no por diferencias geográficas, sino debido a diferencias tecnológicas. Estos problemas, sin embargo, se logran solucionar; mi tío logró descargar Zoom. Las fallas en la comunicación intergeneracional se logran resolver porque, al final del día, mi tío y yo compartimos un mismo espacio geográfico, social y, más importante, económico.


Antes que nada, es necesario definir qué es un espacio económico. En el mundo globalizado de hoy, tiene poco sentido medir distancias en kilómetros; tiene más sentido medirlas en términos económicos: la facilidad con la que compramos y vendemos bienes, con la que intercambiamos ideas y compartimos gustos. En kilómetros estamos más cerca desde Bogotá a Mitú, Vaupés que a París. En un segundo, sin embargo, nos comunicamos con cualquier persona en New York, Londres, Berlín o Tokio. Yo no sabría cómo hacer lo mismo con Mitú. Mi distancia geográfica con alguien de Mitú es menor que con alguien en París, pero mi distancia económica es, probablemente, mucho mayor.


Nuestra distancia económica con París, por ejemplo, es mucho menor porque con París tenemos espacios económicos en común. Por ejemplo, internet es el mayor espacio económico jamás inventado. Es tan grande que contiene dentro de sí otros espacios económicos: Facebook, Twitter, Instagram, Tiktok, Wikipedia, Amazon, Youtube, etc. Allí, compartimos ideas, valores, tradiciones, gustos y todo lo que podamos imaginar, aun si una persona está sentada en el Parque de la 93 y la otra en los Campos Elíseos, a más de 8 mil kilómetros de distancia. Hacer parte de un mismo espacio económico, así no hagamos parte del mismo espacio geográfico, nos permite hablar el mismo idioma. Es obvio que el mundo de un parisino no es el mismo que el de un bogotano, pero estos espacios económicos nos permiten acercarnos mucho más y, siguiendo con la parábola del león, humanizarnos mutuamente.


¿Qué pasa, entonces, con las personas que, por sus espacios geográficos, no logran acceder a los espacios económicos? Estos son los leones que dejará la globalización. No me malinterpreten, la globalización es muy buena. Sería un pésimo economista si dijera lo contrario. El problema radica en que, aparte de que no es igual de buena para todos  — lo cual es un resultado normal —, es mala para algunos. Es terrible para las personas que, por la poca presencia del Estado, no han logrado acceder a los espacios económicos que muchos otros damos por sentados. A medida que pase el tiempo nosotros, los afortunados por hacer parte de estos espacios, nos uniremos más entre todos: un resultado natural de compartir constantemente los mismos espacios. Las barreras nacionales se volverán más difusas, la barrera del idioma se irá destruyendo y, también, es probable que las diferencias religiosas se acorten.


Todo esto, mientras un grupo de humanos se irá alienando cada día más y más, lo cual resulta de no compartir los mismos espacios económicos. Aislarse —aclaro— está bien, siempre y cuando sea una decisión propia o una decisión cultural; es el aislamiento forzoso por la ausencia de Estado lo que está mal. El mundo de ellos, lentamente, se volverá incomprensible para nosotros, así como el nuestro será ininteligible para ellos. Llegará un momento, de no hacer nada, en que habrá leones humanos. Por eso, es importantísimo que trabajemos para evitarlo. Es importantísimo llevar internet a todos los lugares del planeta, para que todos seamos humanos humanos. Aldous Huxley, en 1932, publicó Brave New World, una obra genial en la que describe dos mundos de humanos: uno moderno y globalizado, y otro tribal y atrasado. Al chocar estos dos, John, parte de los humanos salvajes, se suicida; no es capaz de ser parte del nuevo mundo. No hay necesidad de que Brave New World, además de ser una obra maestra, también sea una obra profética.
Inicio
secciones
¿Quiénes somos?
Contacto