LA FRONTERA
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Sobre el relativismo moral de los colombianos

Por: Natalia Solorza

Mucho se habla de la forma de ser de los colombianos. Diariamente se ve, en las noticias, esa llamada “Cultura del rebusque”, siendo la característica más común que lo define aquel que no se queda varado; ese que decide no quedarse de brazos cruzados y actuar ante cualquier dificultad. Esta característica es especial del entorno colombiano y evidencia nuestros parámetros culturales. 


No es del todo “improvisación”. El colombiano se reinventa y lo demuestra desde diferentes sectores económicos. Esos “emprendedores”, los amos del “rebusque” y ese colombiano que no se queda atrás, hacen parte 47,6% de personas que trabajan en condiciones informales según lo dicho por el Departamento Administrativo Nacional de Estadística (DANE) en el 2019. 
 
Este afán por salir adelante no solo se concentra en la población que a diario vive del trabajo informal; también se encuentra latente en los que ganan sueldos promedio y en quienes ganan más de lo que ganan tres trabajadores juntos en una jornada. Si algo tienen en común estos tres actores de la sociedad es que los caracteriza la actitud de “viveza” ante las diferentes oportunidades que se van presentando a medida que pasa el tiempo.  
 
De esta manera me permito realizar una comparación entre el personaje mexicano Cantinflas y la cultura colombiana. Lo que me encanta de Cantinflas es la vaguedad, la imprecisión, la no certeza, el mimetismo, porque, y cito al colombiano promedio: “media vara no es un descuadre”, tanto que nos parece apoteósico cuando dicho personaje camina de medio lado y no mira de frente. 
 
Se llega a la exaltación, como vimos antes, cuando Cantinflas personifica la falta de rigor, de estudio, de formación, de planes para alcanzar metas. De la noche a la mañana, Cantinflas no sólo es policía, bombero (su real profesión en México es escribir por otros, decir lo que otros no pueden, sentir por otros), sino médico, director de una orquesta, presidente y hasta ministro. 
 
Bajo esta premisa, uno de los problemas más sobresalientes que enfrenta el país es la “improvisación” para todo. Se suplantan profesiones, se irrespetan especializaciones, se falsifica todo tipo de documentos, entre otras cosas. El ejercicio profesional es motivo del fraude cotidiano impune. Poco importan las reglamentaciones. 

Cantinflas evidencia el esquematismo, la figura del ladino y nos motiva a aceptarlo y a tolerarlo porque representa “al vivo”, al que no se queda quieto, al recursivo sin fin. 
 
El ladino, naturalmente, no va de frente, sino que busca mimetizarse, y por eso es un conciliador entre la ignorancia; hace pactos y vende la idea de que el enfrentamiento y la crítica son negativos, que la confrontación de ideas polariza al país y que genera violencia. Por esto, crea impacto sobre el radicalismo, porque piensa que esta palabra es justo la raíz de los problemas y una de sus frases preferidas es: “¡Deje así!”. 
 
La conciliación, el “¡Deje así!”, el “Evite la crítica que eso es confrontación”, y tanta tolerancia con lo ilícito nos lleva a la expresión que bastante se ve en Colombia: “¡Aproveche! Le llegó su cuarto de hora”. Es ahí cuando le damos la entrada a la “viveza”. 

Y es así cómo concluyo este texto explicando de esta manera la vaguedad con que se manejan las situaciones en Colombia. Solo es necesario revisar las noticias, ver lo que los medios muestran. Incluso, basta con observar y estar atentos a lo que cotidianamente sucede, para darse cuenta que desde el punto de vista jurídico se cometen imprevistos y que desde lo social se presentan pequeños actos de corrupción, así como lo es una simple copia en el salón de clase y que más adelante ese pequeño acto se vuelva un reflejo del mundo en el que vivimos.
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