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Sobre la fragilidad

Autor: Nicolas Niño 
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La historia del hombre que se comió un murciélago y apagó el mundo por más de un año es casi un paralelo perfecto de la historia de la mariposa que aleteó sus alas y produjo un huracán al otro lado del mundo. Ambas son historias del caos - de cómo pequeñas variaciones en las condiciones iniciales de un sistema derivan en grandes consecuencias futuras - y ambas nos enseñan algo importante sobre la vida, a saber, la increíble fragilidad de esta. ¿Cómo viviremos a sabiendas de que en todo momento hay millones de personas comiendo murciélagos y millones de mariposas aleteando sus alas?

El año 2020 fue un año difícil para todo el mundo pero en especial, en un sentido existencial y dejando de lado las dificultades económicas, fue difícil para los jóvenes adultos, para nosotros, los veinteañeros. La razón de esto es simple: esta etapa de la vida es en la que uno es más libre. Todos los humanos soñamos con el futuro, pero entre más libertad uno tenga, más puede soñar. Y no solo eso, sino que también son más factibles todos los sueños, pues todavía no somos esclavos de nuestras vidas. Somos esclavos, por el contrario, de las posibilidades. El 2020 era para nosotros el año de vivir 2 meses en París, el año de ir en carro por todo América del Sur, el año de cambiar de carrera o de trabajo. La levedad de la libertad le pone un peso enorme a las posibilidades. Para una persona de 44 años, con dos hijos - y los gastos asociados a ellos -, una hipoteca, y un crédito del carro que compró, el 2020 era un año más. El peso de las obligaciones vuelve muy leves las posibilidades. 

Antes de seguir, haré un paréntesis obligado. El 2020 fue un año difícil para todo el mundo, y estoy en este ensayo dejando de lado muchos matices de estas dificultades en favor del argumento que quiero hacer: la dificultad proveniente de una pesadez existencial. Nacieron muchos otros problemas a raíz de la pandemia, como por ejemplo aquellas mujeres y niñas que se quedaron encerradas con su agresor, aquellas personas que perdieron su empleo o personas que les tocó - y les costó - adaptarse al trabajo virtual. Son realidades incluso más dolorosas - porque son más tangibles - que la que escribo acá, pero son realidades que no está en mi escribir porque no son mías. Habiendo dicho esto, sigamos.

Casi cualquier camino en la cabeza de un veinteañero se siente real y es por esto que experimentamos en el 2020 una suerte de nostalgia. Una nostalgia del presente que pudo haber sido y del futuro que se perdió. Del 2020 que imaginamos. Las generaciones se definen por el estado de la economía y por el progreso tecnológico (estas dos van de la mano, afectándose entre sí y afectando a todo lo demás que define una generación; el arte y la literatura, por ejemplo, durante las recesiones económicas difieren bastante de sus contrapartes que nacen en épocas de prosperidad). Esta nostalgia por un presente alterno, que solo vive en nuestras cabezas, nos muestra que hay un tercer gran determinante generacional: las pandemias. 

Predecir cómo afectará el COVID a nuestra generación, más allá de que seguramente los próximos años estarán llenos de excesos (haciendo un flashback a los roaring twenties), es muy difícil. Predecir es siempre muy difícil, lo sé porque yo me gano la vida haciéndolo. Dentro de todo lo que se puede intentar predecir, los asuntos humanos siempre son los más complejos, porque los humanos podemos ver predicciones que se hacen sobre nosotros y tomar acciones para que pase o no. En otras palabras, el clima de mañana es independiente de su predicción hoy, pero el futuro de un plebiscito, por ejemplo, no es independiente de su predicción. 

Mis credenciales para intentar una predicción de esta magnitud no son más que un tatuaje que dice “Sanity is not statistical”, del libro 1984, que me recuerda constantemente que está prohibido que la razón comprenda los asuntos humanos en su totalidad. Pienso que, de todas las consecuencias posibles de esta situación, la más probable es que nos dividamos en dos grupos: aquellos que busquen refugio de la incertidumbre en lo pesado, y aquellos que busquemos asilo en la levedad. En otras palabras, un grupo de veinteañeros se comportará como cuarentañeros y el otro buscará nunca dejar de serlo. En qué grupo caiga cada uno seguramente dependa tanto de quién es uno como de en qué momento de su vida lo cogió la pandemia, es decir, es aleatorio. 

Las implicaciones de tener dos subgeneraciones dentro de la misma generación son interesantísimas. ¿Cómo serán las dinámicas sociales entre los “leves” y los “pesados”? ¿Será la desconexión tan grande que en algún punto la contemos como un factor tipo el género, la raza, la orientación sexual, la nacionalidad o el estrato a la hora de hacer análisis sobre las personas y sus problemáticas? ¿Cómo afectará la economía? Como estas, hay muchas preguntas que tengo pero que no sé responder. Son preguntas que incluso puede que mueran sin respuesta, porque puede pasar que el futuro no sea como lo describo acá. No todos los futuros nacen para hacerse realidad, y no todas las preguntas nacen para ser respondidas.

Los ensayos, tampoco, necesitan todos un final.

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