Un mundo en el que las cifras tocan el corazón
Por: Felipe Anzola Hinestroza
6 millones de niños menores de 5 años mueren anualmente por causas relacionadas con el hambre. El 35% de las mujeres en el mundo ha sufrido violencia física y/o sexual. Para cuando se publique este artículo, muy probablemente la cantidad de infectados por coronavirus en Colombia estará cerca a los 35.000. Estas son simples cifras que motivan la elaboración de políticas públicas a nivel global, y que muestran algunas de las características que modelizan el mundo en el que vivimos actualmente. Sin embargo, la importancia de estos números no ha influido únicamente en las decisiones de los funcionarios públicos, sino que ha logrado colarse en las opiniones de toda la población por la increíble virtud que tienen las cifras de fortalecer argumentos por arte de magia. Los números parecen ser una nueva deidad: pocas veces cuestionados, analizados a profundidad únicamente por los expertos, y sumamente útiles a la hora de validar puntos de vista.
No obstante, a diferencia de las legítimas deidades, ¿Han sido capaces estos números de producir algún tipo de efecto moral? No lo creo. Esto lo digo, porque si así fuera, no podríamos seguir comprando ropa en las tiendas fast fashion aún sabiendo que ésta es producida por miles de esclavos que ganan menos de 1 dólar por hora. Este es solo uno de varios ejemplos que podrían mencionarse, y a pesar de que por temas de extensión no podremos analizarlos a profundidad, creo que es suficiente para ilustrar un punto clave en este artículo de opinión: los números parecen matizar el significado de las muertes y del sufrimiento, de las victorias y de la felicidad; vaya tragedia.
Hemos olvidado que las cifras son más que un concepto abstracto con una increíble fuerza argumentativa, y que, por el contrario, estas reflejan sin ningún tipo de abstracción el grado de pauperrimidad en que vive una familia, la desesperación de un padre acorralado entre los decretos y el hambre de sus hijos, la esperanza de un campesino que ahora puede educarse, el pánico de una mujer casada con un abusador, etc. Detrás de los números hay vida que se deshumaniza con la ligereza de cada debate.
Algunos economistas comportamentales afirman que esa indiferencia alrededor de las cifras se trata de un sesgo. Probablemente somos ajenos a las estadísticas porque no conocemos ni los nombres detrás de ellas, ni hemos oído la risa de los protagonistas, ni hemos podido conocer sus sueños, y por eso somos indiferentes. Hay una “distancia” que nos separa, habría dicho Adam Smith en otro tiempo. Sin embargo, en lo personal, creo que también se trata de aquel absurdo y delirante intento por desterrar la moral de nuestra visión de mundo. Es natural; la moral hace que nos aferremos de corazón a las causas, y está mal visto que un debate resuelva las cuestiones del corazón.
A pesar de esto, creo que esa es una interpretación inmadura de los objetivos del debate y de la discusión. La solución no está en exiliar la moral del país de las ideas, sino en aprender a debatir acerca de política, con moralidad incluida, sin matarnos; porque no puede existir política ni opinión genuina sin una moralización de los números y de las causas. Aferrarse a los debates detrás de las iniciativas fecundas da vida a una discusión que no es sobre cifras, sino sobre muertos, sufrimiento, libertades y derechos. Se necesita ideología y moral para discutir alrededor de estas cosas. Entonces, ¿No resulta cruel reducir vidas, sueños, sentimientos y desgracias a la insignificancia de una cifra que solo usamos para inflar un argumento? Pienso que si. Estamos quedándonos con el número y no con todo aquello que le da un significado, y por eso las cifras parecieran ser situaciones abstractas a pesar de que tocan lo más íntimo de la humanidad.
A modo de conclusión, considero que este problema empieza con la forma de entender el mundo, y para solucionarlo es necesario reevaluar los presupuestos de debate que hemos construido, ya que no podremos quitarnos la moral de encima cuando los problemas que se discuten son esenciales. Se trata de construir un ambiente tolerante antes que uno ajeno a las disputas morales. Además, creo que debemos repensar la forma en la que nos han enseñado a entender las cifras y los números. Los colegios, las universidades, y algunas corrientes de pensamiento en economía y en otras áreas del conocimiento nos han llevado a entender el mundo de los números como un universo frío y ajeno, un lugar sistematizado incapaz de transmitir sentimientos y de representar cuestiones humanas. Es necesario cambiar esta percepción.
Estoy seguro de que existen muchas otras soluciones, e invito a quien esté interesado en esto, a buscar formas en las que podamos construir un mundo en el que las cifras puedan, por fin, tocar el corazón de la sociedad.
6 millones de niños menores de 5 años mueren anualmente por causas relacionadas con el hambre. El 35% de las mujeres en el mundo ha sufrido violencia física y/o sexual. Para cuando se publique este artículo, muy probablemente la cantidad de infectados por coronavirus en Colombia estará cerca a los 35.000. Estas son simples cifras que motivan la elaboración de políticas públicas a nivel global, y que muestran algunas de las características que modelizan el mundo en el que vivimos actualmente. Sin embargo, la importancia de estos números no ha influido únicamente en las decisiones de los funcionarios públicos, sino que ha logrado colarse en las opiniones de toda la población por la increíble virtud que tienen las cifras de fortalecer argumentos por arte de magia. Los números parecen ser una nueva deidad: pocas veces cuestionados, analizados a profundidad únicamente por los expertos, y sumamente útiles a la hora de validar puntos de vista.
No obstante, a diferencia de las legítimas deidades, ¿Han sido capaces estos números de producir algún tipo de efecto moral? No lo creo. Esto lo digo, porque si así fuera, no podríamos seguir comprando ropa en las tiendas fast fashion aún sabiendo que ésta es producida por miles de esclavos que ganan menos de 1 dólar por hora. Este es solo uno de varios ejemplos que podrían mencionarse, y a pesar de que por temas de extensión no podremos analizarlos a profundidad, creo que es suficiente para ilustrar un punto clave en este artículo de opinión: los números parecen matizar el significado de las muertes y del sufrimiento, de las victorias y de la felicidad; vaya tragedia.
Hemos olvidado que las cifras son más que un concepto abstracto con una increíble fuerza argumentativa, y que, por el contrario, estas reflejan sin ningún tipo de abstracción el grado de pauperrimidad en que vive una familia, la desesperación de un padre acorralado entre los decretos y el hambre de sus hijos, la esperanza de un campesino que ahora puede educarse, el pánico de una mujer casada con un abusador, etc. Detrás de los números hay vida que se deshumaniza con la ligereza de cada debate.
Algunos economistas comportamentales afirman que esa indiferencia alrededor de las cifras se trata de un sesgo. Probablemente somos ajenos a las estadísticas porque no conocemos ni los nombres detrás de ellas, ni hemos oído la risa de los protagonistas, ni hemos podido conocer sus sueños, y por eso somos indiferentes. Hay una “distancia” que nos separa, habría dicho Adam Smith en otro tiempo. Sin embargo, en lo personal, creo que también se trata de aquel absurdo y delirante intento por desterrar la moral de nuestra visión de mundo. Es natural; la moral hace que nos aferremos de corazón a las causas, y está mal visto que un debate resuelva las cuestiones del corazón.
A pesar de esto, creo que esa es una interpretación inmadura de los objetivos del debate y de la discusión. La solución no está en exiliar la moral del país de las ideas, sino en aprender a debatir acerca de política, con moralidad incluida, sin matarnos; porque no puede existir política ni opinión genuina sin una moralización de los números y de las causas. Aferrarse a los debates detrás de las iniciativas fecundas da vida a una discusión que no es sobre cifras, sino sobre muertos, sufrimiento, libertades y derechos. Se necesita ideología y moral para discutir alrededor de estas cosas. Entonces, ¿No resulta cruel reducir vidas, sueños, sentimientos y desgracias a la insignificancia de una cifra que solo usamos para inflar un argumento? Pienso que si. Estamos quedándonos con el número y no con todo aquello que le da un significado, y por eso las cifras parecieran ser situaciones abstractas a pesar de que tocan lo más íntimo de la humanidad.
A modo de conclusión, considero que este problema empieza con la forma de entender el mundo, y para solucionarlo es necesario reevaluar los presupuestos de debate que hemos construido, ya que no podremos quitarnos la moral de encima cuando los problemas que se discuten son esenciales. Se trata de construir un ambiente tolerante antes que uno ajeno a las disputas morales. Además, creo que debemos repensar la forma en la que nos han enseñado a entender las cifras y los números. Los colegios, las universidades, y algunas corrientes de pensamiento en economía y en otras áreas del conocimiento nos han llevado a entender el mundo de los números como un universo frío y ajeno, un lugar sistematizado incapaz de transmitir sentimientos y de representar cuestiones humanas. Es necesario cambiar esta percepción.
Estoy seguro de que existen muchas otras soluciones, e invito a quien esté interesado en esto, a buscar formas en las que podamos construir un mundo en el que las cifras puedan, por fin, tocar el corazón de la sociedad.