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Una columna conciliadora

Por: Mariana Cuberos

Cuando me invitaron a escribir esta columna, mis instrucciones fueron “puedes escribir como quieras, sobre lo que quieras, pero tienes que ser conciliadora”. Y yo dije “bueno. Voy a tratar”. Entonces, empiezo esta columna con una idea que, paradójicamente, parece ser poco conciliadora: creo que la polarización política es necesaria y debe dejar de ser satanizada.


Yo era de quienes alababan cuando Fajardo salía “en defensa de los tibios”. Siempre me he considerado de centro y he salido en defensa de esta idea. Pero un día, recién llegada a otro país, al primer comentario feminista o de justicia social que hice, un amigo me dijo “entonces tú eres de izquierda”. Y yo le dije “no, soy de centro”. Y respondió: “bueno, pero el centro se tiene que inclinar hacia algún lado a veces.” Para mí esto fue un descubrimiento revelador. En el medio social en el que crecí (y en el que probablemente crecieron la mayoría de quienes leen esto), ser de izquierda, “zurdo/a”, “mamerto/a”, “torcido/a”, es el peor insulto que te pueden dirigir. Es equivalente a apoyar a Petro, en el mejor de los casos, y a Maduro o las FARC, en el peor. Y creo que esto puede ser aplicable a la mayor parte de Colombia, si tenemos en cuenta hechos como que en toda la historia no hemos tenido un presidente que medio se acerque ideológicamente a la izquierda.


Entonces me pregunté por qué. Y empecé a ver que esta idea de “no polarizar” nos estaba haciendo mucho daño. Y sí, reconozco (como reconocen quienes promueven esta idea) que los extremos son indeseables, más parecidos de lo que se cree (basta con analizar las semejanzas entre cualquier dictadura de izquierda y de derecha) y, en últimas, utópicos, porque no todo el mundo va a pensar de la misma manera ni podemos esperar que lo hagan, lo cual es problemático teniendo en cuenta que en este país nos hemos matado siempre por nuestras diferencias ideológicas. Pero este problema no se va a arreglar con el negacionismo. Negar que la izquierda y la derecha tienen sistemas de valores diferentes y que cada persona suele compaginar más con alguno de los dos (con los matices e intermedios que esto pueda implicar, que son muchos y todos constituyen “el centro”), y buscar solucionar todas las discusiones de política con “no polaricemos”, “no peleemos” o con la idea de ser “apolíticos” (cosa que, en mi opinión, no es posible), lo único que va a lograr es que sigamos enmascarando la violencia ideológica y la desinformación, las falacias, “fake news” y miedos que han desembocado en esta violencia. 


Entonces, si el centro es todo el espectro político que hay entre extrema izquierda y extrema derecha, que además no puede ser categorizado simplemente así (por eso el political compass se divide en cuatro cuadrantes; si no lo han hecho, esta es una invitación para hacerlo); si nada de lo que hagamos puede ser “apolítico” en la medida en la que tengamos ideas y preferencias propias; y si el facilismo de no construir una opinión clara o simplemente solucionar todo salomónicamente con un “no polaricemos” no soluciona realmente ningún problema, entonces ¿qué nos queda?


Nos queda construir ideologías de verdad. Es decir, si lo que queremos es construir un centro (o, mejor, un consenso, ya que el centro es un concepto tan amplio), el primer paso es construir una opinión formada y argumentada. Es reconocer nuestras ideas por lo que son: plurales, diversas, diferentes. Negar estas diferencias no va a hacer que desaparezcan, solo que nos duelan más. Y así, una vez logremos esto, desde esas ideas es que podremos empezar a debatir. A debatir, a negociar y a entender otras perspectivas. 
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El objetivo no tiene que (ni debe ser) cambiar de opinión, pero tampoco cambiarle la opinión al resto, ni mucho menos atornillarnos en nuestra propia opinión. Querer forzar el consenso en una discusión es tan violento como querer forzar una opinión. En ese sentido, también es violento rechazar el esfuerzo del consenso. La construcción de este debe ser la perspectiva desde la cual miremos nuestras propias opiniones y las de los demás, como un producto deseable en la medida de lo posible, siempre que sea construido a partir de la honestidad de estas ideas y el reconocimiento de los procesos por los que pasa cada persona al construirlas. Solo así se podrá llegar a un consenso real, que no violente ninguna idea, que no busque simplemente silenciar las diferencias e ignorarlas hasta que dejen de existir, sino que las reconozca como valiosas por su diversidad. Eso sí es realmente conciliador.   

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