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Verdad y política.

Por: Santiago Caicedo Tafur

Leí hace poco, en este mismo medio, la columna La Verdad no existe de Mariana Crane. Lo que me atrajo a ella fue el poder de su título. Al principio me imaginaba que no iba a ser una discusión epistemológica o filosófica, sino política. Discutir la existencia de la verdad en una columna de opinión es un intento vano. Así que, en tónica política, intenté apoyarme en alguna cosa que hubiera visto en clase y que me ayudara a desentrañar el problema al que se apuntaba en la columna. 

Revisando los apuntes de alguna clase, llegué a Hannah Arendt. Mariana hace un llamado hacia el no-absolutismo, idea relativamente similar a la frase de Arendt de que “la verdad y la política nunca se llevaron bien”. Y hay argumentos que apoyan esta idea. La noción de verdad es muy fuerte y tiene unos requisitos absolutamente estrictos: debe ser definitiva, absoluta, inmune a cualquier crítica. No es un ejercicio sencillo sentarse a pensar en muchas afirmaciones que cumplan con todas las categorías. 

Sin embargo, no creo que se pueda ir tan lejos como para afirmar que “la verdad no existe”. En principio porque una afirmación tan tajante corta de inicio todo propósito de la filosofía. Segundo, porque la historia filosófica ya nos ha llevado a múltiples verdades absolutas. Estudiar, entre otras cosas, la epistemología como materia implica tener esa certeza y, a su vez, reconocer la existencia de un problema inmenso. Y por esto mismo es indispensable entender la separación entre verdad y creencia. Ortega y Gasset decía que se tienen ideas; que son verdades o no, y que se vive entre las creencias que cada uno tiene. El punto de conflicto está en que, muchas veces, tomamos como axiomas las creencias e ideas de manera indistinta. De allí nace el conflicto entre verdad y política. 

Por ejemplo, la idea de que vivimos en una sociedad polarizada es una verdad, no una creencia. Y en eso estoy totalmente de acuerdo con lo dicho en la columna. Sin embargo, más que achacárselo a la verdad, hay una culpa más fuerte en el cómo entendemos la política. Parece ser que la política, en vez de ser un ejercicio dialéctico fundamental, es una carrera de caballos: una competición que se gana o se pierde. Entender la política a modo de competencia es justificar la mentira como táctica válida para ganar. Es querer vencer al otro: quererlo ver errar, ver su fin porque está en la otra orilla política. 

Pero la política no es esto. Y debería estar alejada de esto. No obstante, este es un problema, en mi opinión, sistémico e ideológico que va mucho más lejos de la polarización que vivimos en Colombia. El sistema liberal se basa en la defensa de condiciones prepolíticas: de verdades fundamentales. Y parece que allí estamos condenados al fracaso. Si creemos que las verdades son subjetivas, que no hay verdad,  cualquier  acuerdo político es imposible. Lo que queda es una política de fuerza, de dominación: el ganador “se lleva todo” y el perdedor espera su siguiente oportunidad. 

A fin de cuentas, la reflexión es acertada al llamar a que tomemos en cuenta la opinión del otro. Mas la política no va de buenas intenciones. Necesitamos reconocer las verdades absolutas sobre las cuales asentamos la sociedad. Reconocer las falacias que nos decimos a diario como “biempensantes”. Propongo, por ejemplo, aceptar como verdad que no cualquier opinión es aceptable, ni merece ser difundida. Porque la política es determinación y acción; es actuar desde las contadas verdades que compartimos; es aceptar que la discusión filosófica es infinita, pero la necesidad de acción es inmediata; es tener como principio la intención de conocimiento: de entender la visión del otro. Lo que no significa es que la ignorancia de algunos sea igual de válida que el conocimiento del otro: esto es el final de la democracia. 

La política que yo defiendo es dialéctica. Es la construcción de un ethos común, determinado a partir de los valores fundamentales de cada sociedad. Y esa es, básicamente, la misma invitación que se hace en otras palabras. La política es poder sentar bases comunes para una sociedad en disenso. Sin verdad no hay una base común. Y sin base común, toda discusión política es infructuosa: allí está el caldo de cultivo de la polarización. 


Inspirado en: 
  • Cruz Prados, Alfredo (2015). Ethos y Polis: Bases para la reconstrucción de la filosofía política
  • Urabayen, Julia (2019). Clases sobre Hannah Arendt
            y “Hannah Arendt”. Tomado de: http://www.philosophica.info/voces/arendt/Arendt.html. ISSN 2035-8326

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